El fin de la Tierra Media: Capítulo 4: "Una jugada del destino"
Eldarion había cumplido los quince años de edad, la Sombra siempre se cernía sobre ellos, pero él parecía no notarlo, era alegre y despreocupado, aunque responsable de sus actividades, estudios y entrenamientos con la espada. Siempre iba acompañado por tres guardias a la casa de Faramir, adoraba ir a visitar a su segundo padre. Aragorn había marchado al Norte siete años atrás y en todo ese tiempo no lo había vuelto a ver. Por eso siempre que tenía alguna inquietud o simplemente quería verlo viajaba hacia las llanuras de Ithilien.
Pero esa vez fue diferente, no llevó con él a ningún guardia, se creía apto para ir hacia allí sin compañía, y ya tenía edad suficiente para cuidarse solo. Era diestro en el uso de la espada y había tenido ya varios combates con los orcos que intentaban pasar la frontera Norte, Faragond siempre lo llevaba con él.
A pesar de mostrarse alegre, Eldarion siempre tenía una pena en su interior, que se reflejaba en sus ojos grises, la pérdida de su hermana había sido un duro golpe para él.
Ese día un enorme sol se elevaba en la bóveda celeste. La oscuridad sobre Mordor todavía no había cruzado las Montañas de la Sombra. Cruzó como siempre el puente en Osgiliath y se encaminó hacia Emyn Arnen, ese lugar era su refugio, a orillas del río grande y con las últimas elevaciones de las montañas blancas a la derecha, siempre encontraba paz en ese lugar. Le gustaba recorrerlas de lado a lado hasta llegar al camino de Harad. Había caminos mucho más fáciles de recorrer pero a él le gustaban los retos y no le costaba demasiado cruzar las colinas.
Pero ese día encontró un lugar al que nunca había prestado atención, una pequeña cueva que se incrustaba en una de las salientes. No recordaba ese lugar, nunca lo había visto. Se dirigió hacia el oeste hasta que alcanzó la elevación donde la cueva tenía su abertura. Observó cuidadosamente desde afuera pero parecía no haber nadie allí. Desenvainó su espada y entró con precaución. Nadie. El lugar estaba desierto.
La cueva tenía una iluminación que parecía provenir de algún lugar más profundo de la misma. Caminó adentrándose cada vez más en la guarida y llegó a una curva. La luz parecía venir del otro lado. Se asomó para observar de dónde salía la luz, y se sorprendió al ver que la misma salía de una espada que se encontraba sobre una especie de altar blanco. Se acercó y se quedó maravillado del arma, era una espada que parecía fabricada por algún gran herrero del pasado, o con grandes conocimientos en el arte de la forja.
Una espada negra que brillaba con una luz blanca, ¿quién la dejaría allí? Trató de tomarla por la empuñadura pero alguna fuerza le impidió hacerlo. Sin embargo él no iba a irse sin esa espada, era como si alguien la hubiera puesto allí para él.
Miró hacia la parte frontal del altar y encontró que había escritas unas runas en el idioma antiguo que se había usado en Gondor mucho tiempo atrás. Sus conocimientos le permitieron leer lo que éstas decían: "Solo una persona puede blandirme, alguien que sea capaz de soportar un gran dolor, porque soy Fuinmakil y estoy maldita por el Amo Oscuro y solo traeré desgracias a la persona que me porte"
-Un gran dolor- dijo Eldarion en voz alta- jamás habrá un dolor tan grande como haber perdido a mi hermana frente a mis propios ojos y no haber podido hacer nada, ningún dolor se comparará con éste.
Al momento que decía estas palabras volvió a tomar la empuñadura de la espada y ésta se dejó sostener por la mano de Eldarion.
-Sé que voy a saber cual será el momento de usarte, no será hoy, ni será mañana, pero estoy seguro que sabré cuando hacerlo.
Jamás habló a nadie de la espada negra que había encontrado, se quitó la capa y la envolvió en ella, ese día no siguió camino hacia Ithilien sino que volvió al castillo, con su nueva adquisición. La ocultó en una de las torres, bajo llave y donde nunca nadie se le ocurriría abrir jamás, la habitación donde había dormido Lúthien hasta que se la llevara el enemigo.
Fëadîn y Eldarion habían cruzado el río Sirith, había más posibilidades de encontrar alguien que los lleve hacia la orilla oriental hacia el sur, muchos barcos se estaban dirigiendo hacia la isla de Tolfalas, llevando niños y mujeres de Gondor, hobbits, y gente que no podía ni sabía combatir. Solo los guerreros se quedaron en Minas Tirith.
Estaban descansando en la orilla del río, comiendo algunas de las provisiones que habían llevado, Eldarion desenfundó a Fuinmakil y la observó pensativo.
-Nunca te había visto portar esa espada, Eldarion.
-Porque es la primera vez que lo hago desde hace 10 años cuando la encontré. Ahora entiendo las inscripciones que se encontraban en aquella cueva. Sí existía un dolor más grande que el perder a mi hermana, y fue enamorarme de ella.
-¿Inscripciones?
Eldarion relató por primera vez el hallazgo de la espada negra. Fëadîn se sorprendió mucho al escucharlo. ¿De dónde podría haber salido aquella arma? ¿quién la había forjado y quién la había ocultado de esa manera? Si había inscripciones que advertían sobre la maldición de la espada no podía haber sido Morgoth, eso era seguro.
-¿Sabes amigo Fëadîn? Sé que no está bien, ella es mi hermana, pero sin embargo no puedo evitar amarla. No me importa que tan grande pueda ser el castigo, pero lo que siento no va a cambiar nunca. Sé que ella está sufriendo y solamente eso me hace sufrir a mí. No puedo apartarla de mi mente, cuanto más lo intento, menos logro mi cometido.
-No puedo imaginar lo difícil que es para ti, para ambos, porque me es imposible. Sin embargo creo que si su amor es tan grande podrán sobrepasar cualquier dificultad.
-Sé que voy a volver a verla antes del fin, eso es lo que me hace continuar en este camino, sino fuera así ya hubiera enloquecido.
Luego Eldarion se levantó del suelo y dijo a Fëadîn:
-Suficiente descanso por hoy amigo, debemos encontrar algún barco antes del atardecer, sino lo hacemos nos será mucho más difícil encontrarla.
-Así será entonces- dijo Fëadîn poniéndose de pie, ambos subieron a la montura de sus caballos y continuaron camino hacia el sur.
Aldariel y Thirwain ya se encontraban en la orilla oriental del Anduin, hacía tres días que se habían alejado del lugar donde dejaron yaciendo al dragón blanco de Angmar. A Crosswind Aldariel misma le había cavado una tumba a la cual luego cubrió con las flores que milagrosamente todavía seguían naciendo en las orillas del río. Era lo menos que podía hacer por él.
Este lado del río se hallaba infestado de orcos, les costaba mucho avanzar hacia el Norte, tenían que ser cuidadosos, no se podían arriesgar a una batalla, era mucho mejor estar ocultos y llegar a la Puerta Negra sin ser notados. Esto era imposible, Morgoth todo lo veía, pero los orcos no eran como él y no se percataban de su presencia fácilmente.
Para descansar hacían turnos, mientras Aldariel dormía Thirwain vigilaba. Era de día ya pero no lo parecía, la oscuridad del cielo era cada vez mayor a medida que avanzaban más al este. No tenían plan alguno, solo que Aldariel se dirigiría directamente hacia la Puerta Negra a desafiar a Morgoth. No buscaría senderos aledaños. Directo hacia Morannon.
A Thirwain no le gustaba para nada esta idea, sin embargo creía que iba a poder disuadirla y convencerla de penetrar Mordor por las montañas de las sombras, sin llegar a la Puerta. Hasta ahora no lo había conseguido.
-Es un suicidio, Aldariel.
-Eso no me importa Thirwain, yo ya estoy muerta, y quiero desafiar a Morgoth, no voy a entrar a hurtadillas. Es tu decisión, o vienes conmigo o regresas.
-Ya no puedo dejarte, es mi obligación protegerte, aunque tenga que morir contigo por tu estúpida elección.
-No es estúpida, Morgoth nos ve, estemos donde estemos, no tiene caso ocultarse de él. Por eso voy directo hacia allí.
Thirwain se quedó callado, Aldariel tenía razón, no tenía sentido ocultarse de la Gran Sombra. Le parecía muy peligroso ir hacia el Norte, aún así no iba a dejarla sola por nada.
Fëadîn y Eldarion se dirigieron rápidamente hacia el sur bordeando la orilla del río. No pasó mucho tiempo hasta que divisaron muchos barcos adelante. Eldarion cabalgó más rápidamente y se colocó frente a Fëadîn, al llegar cerca del primer barco que divisaron, desmontó y se dirigió hacia donde se encontraba su dueño, era un caballero sin armas y que bondadosamente se estaba encargando de ayudar a la gente que se encaminaba al exilio.
-Príncipe Eldarion- dijo mirándolo sorprendido.
-Buenos días señor, si es que podemos llamarlos buenos. Necesitamos de su ayuda, nos urge cruzar el río hacia Ithilien...
-Pero señor, ese lugar cayó bajo el poder del enemigo y está plagado de orcos.
-Lo sé, pero tengo una razón muy poderosa para ir allí, sino no le estaría pidiendo que nos lleve hacia allá sabiendo que el barco es necesario para transportar a las personas hacia Tolfalas.
-Está bien, no puedo negarme a llevarlos. Zarparemos en media hora.
Fëadîn notó más claramente ahora la preocupación de Eldarion, estaba muy inquieto, no se había sentado y caminaba de un lado a otro yendo desde la orilla hacia donde él se encontraba, unos cien metros hacia el oeste, sentado bajo un gran árbol sobre una alfombra de fresca hierba verde. La media hora seguramente le estaban pareciendo siglos.
-Cálmate Eldarion, la encontraremos...
-Nos lleva mucho tiempo ya Fëadîn, y estoy muy preocupado... Temo que Aldariel se dirija directamente hacia la Puerta Negra y desafíe a Morgoth abiertamente.
-¿Como puedes estar seguro de esa afirmación?
-Porque la conozco, y porque yo en su lugar haría eso mismo. Quiero estar con ella cuando lo haga y si tengo que morir ahora quiero que sea a su lado.