El fin de la Tierra Media

Dedicado a mi amigo Emiliano -Fëadîn el elfo austral-

Friday, November 10, 2006

El fin de la Tierra Media: Capítulo 4: "La espada olvidada"


Siete años habían pasado luego de la caída de Sauron, la paz se deslizaba ahora por todos los rincones la Tierra Media, el reinado de los hombres era aceptado por todas las criaturas y el Rey era justo con todas ellas.
Los elfos habían partido al Occidente llevando con ellos una gran nostalgia por la tierra que habían habitado y amado tanto tiempo. Aunque varios decidieron quedarse allí para protegerla de cualquier mal que pudiera aquejarle.
Todo era tranquilidad y armonía, tanta belleza, grandeza y prosperidad habían alcanzado que nadie imaginó lo que iba a ocurrir. Los cielos de pronto se cubrieron con nubes grises y las sombras comenzaron a despertar de su letargo. Un viento huracanado se levantó desde el occidente, Fëagûl se encontraba cerca de la desembocadura del río Isen, era el único que parecía no asombrarse de lo que estaba ocurriendo.
Sus ojos azules se posaron en el mar en calma que repentinamente se embraveció, Fëagûl silbó y un gran dragón negro fue a su encuentro, él subió sobre el lomo de la gran bestia justo a tiempo para evitar las grandes olas que se levantaban desde el oeste. Un enorme barco de madera negra y con gran velamen, del mismo color, se acercaba hacia allí. Una figura con una máscara de acero se erguía en la proa, cubierta con un manto que ondeaba en la furia de los vientos por él convocados.
El azul de las aguas reflejó el cielo oscuro, toda la escena era una gran trama de grises, que traía desesperanza. Fëagûl sabía quien era aquel que osaba quebrantar la paz. Él tenía una misión, y ella consistía en derrotarlo, aunque no estaba seguro de poder lograr su cometido.
El barco tocó la orilla y la figura apoyó su gigantesco pie en la fría arenisca. Miró a los cielos y descubrió allí al gran dragón negro, que aterrizó delante de él a pocos metros de distancia. El dragón estaba furioso, pero parecía seguir las órdenes de su amo y éste no le había ordenado atacar todavía.
Fëagûl era pequeño en comparación del recién llegado, solo llegaba a su cintura, cual hobbit comparado a un hombre.
Una espada negra fue desenvainada, la espada era incluso más grande que el propio Fëagûl. Blandirla una sola vez le bastó para arrojar lejos al anciano. Fëagûl se incorporó rápidamente y ordenó al dragón atacar a Morgoth. Tal era el nombre del enemigo que tenía frente a él.
Pero no se habían percatado que detrás del oscuro velamen de la nave se hallaba un enorme dragón blanco que Morgoth había traído de más allá de los mares.
La batalla entre los dos dragones no se hizo esperar, ambos se elevaron a los cielos distantes y arrojaron fuego de sus terribles mandíbulas, no retrocedían ante los ataques de su oponente. Fëagûl no esperaba que Morgoth hubiera traído semejante criatura con él. No se esperaba este contratiempo. De esta manera no tenía otra opción que enfrentarse a él por sí mismo, con menos esperanzas de derrotarlo por completo.
El cielo se había vuelto escarlata, las llamaradas que desprendían los dragones lograron destruir fácilmente el barco que había traído la desgracia. El dragón negro cayó por fin, estaba herido y la sangre corría por sus duras escamas que habían sido penetradas por las garras del dragón blanco. Aún así con un último intento el dragón negro se levantó y embistió contra el dragón blanco. Su dientes afilados tomaron el cuello de su oponente provocándole una seria herida pero no la suficiente para alejarlo de sí. Las garras del dragón blanco se incrustaron en el pecho del dragón negro y le arrancaron su corazón. El dragón negro no volvió a moverse. Pero el dragón blanco estaba fuera de combate, había caído herido a tierra y tampoco se levantó, aunque no estaba muerto.
Fëagûl y Morgoth habían estado observando el transcurso de los hechos. Una batalla, ahora entre ellos, se avecinaba.
-Es inútil, sabes que nunca podrás conseguir lo que quieres, llevas una maldición contigo, y por más que ahora me mates, dentro de unos años caerás del trono falso que vas a construirte- le dijo Fëagûl en una lengua que jamás nadie había pronunciado en la Tierra Media y que solo él y Morgoth comprendían.
-Inventos, las maldiciones son mi fuente de poder, mi trono se elevará y todos morirán, especialmente aquellos que han derrotado a mi más fiel servidor.
-Será inútil todo lo que hagas, serás derrotado y lo sabes.
Fëagûl tenía su báculo en la mano derecha y una espada en su mano izquierda. Morgoth sostenía la gigantesca espada con las dos manos. Cada vez que la blandía una enorme grieta se formaba en el suelo frente a él. Fëagûl recitaba hechizos que construían barreras que lo protegían de los ataques, pero sabía que no iba a poder continuar así por mucho tiempo. Tenía que acabar rápido con él, o él sería el vencido, aunque sabía que no iba a poder derrotarlo por completo, se conformaba con quitarle su forma física. Así fue que con un golpe certero de su espada logró partir en dos a la de su enemigo. Y no solo fue la espada la que se quebró sino también la máscara. Todo lo que quedó de Morgoth fue un manto sobre el suelo y la hoja negra quebrada. Fëagûl recogió los fragmentos. El espíritu de Morgoth todavía podía sentirse cerca:
-Hoy no he podido destruirte pero llegará el momento que alguien lo hará y la espada Anduril junto a otra espada que yo mismo forjaré centellarán juntas en alto para destronarte- desde este momento el destino de Morgoth quedó sellado.
-Volveré y lo que dices no tendrá sentido porque las sombras que despertaron a mi llegada ya comenzaron a obedecer mis designios, todos los niños de Gondor incluida la última descendiente del rey serán raptados y ya no habrá guerreros jóvenes que puedan enfrentarse a mí y salir victoriosos. Y la espada que forjarás no hará más que traer sufrimientos a la persona que la porte ¿Conseguirás que alguien lo haga?

El pedido de Morgoth fue escuchado por todas las criaturas malignas que habitaban aún la Tierra Media, y que habían sobrevivido a la Guerra del Anillo. Legiones de orcos se abalanzaron sobre el castillo de Gondor, sorpresivamente y sin darle tiempo a los soldados a prepararse.
Los soldados que estaban de guardia murieron en poco tiempo y los orcos pudieron arrasar las ciudades llevándose a todos los niños del lugar. El rey intentaba organizar a sus hombres pero la rapidez con la que atacaron los orcos fue asombrosa.
La dama Arwen se encontraba junto a Eldarion en la habitación de la pequeña Lúthien, tenía mucho miedo por ellos y los llevó a la torre más alta del castillo. De repente un hombre anciano apareció frente a ellos, jamás olvidarían ese rostro, porque ese hombre raptó a la pequeña y desde entonces no supieron que había sido de ella sino mucho tiempo después.
Aragorn, Fhilamir, Faragond, Galinor, Thirwain, y muchos otros soldados de Gondor se dirigieron hacia el Norte persiguiendo a los orcos, pero fue inútil su esfuerzo, eran demasiados orcos y muy pocos hombres para poder rescatar a los niños. Ninguno de ellos pudo ser salvado. Y en una batalla en la que Aragorn creyó que iba a ser la última perdió, bajo una gran multitud de orcos, su espada Anduril. En seguida desenfundó otra espada que tenía ceñida a la cintura y continuó con la batalla. Los orcos lograron tomar gran ventaja mientras los hombres luchaban con otra parte de ellos. Todos los que combatieron en esa batalla fueron muertos por Aragorn y el pequeño ejército, al final del combate apilaron todos los cadáveres y regresaron a Gondor, totalmente derrotados y llenos de tristeza en sus rostros cansados.
Al llegar el Rey se enteró de la peor noticia que recibiera jamás en su vida, su hija pequeña había sido raptada también, por un hechicero que había logrado penetrar las defensas del castillo. Un gran funeral se llevó a cabo y la alegría no retornó a Gondor en mucho tiempo. La ciudad aledaña al castillo se llamó desde ese entonces "la ciudad de los lamentos". Un santuario fue construido en honor a los niños desaparecidos y al mismo tiempo comenzaron los preparativos para dirigirse hacia Arnor y establecer allí un segundo reino, la guerra había comenzado y no sabían por cuánto tiempo se extendería. Solo sabían que una gran sombra había llegado a la Tierra Media y debían prepararse para lo que se avecinaba.

Fëagûl llegó al bosque, con ramas que fue recolectando armó una pequeña cesta donde dejaría a Lúthien hasta que Bárbol la encontrara. En el bosque de Farngorn era el único lugar donde estaría a salvo, ni los orcos se atrevían a entrar allí. Mientras buscaba encontró también una pila de orcos muertos que despedían un olor desagradable y debajo de uno de ellos estaba la espada del Rey. Lo peor había ocurrido, Aragorn estaba muerto, y Eldarion era un niño todavía, y aún así iba a tener que reemplazar a su padre.
Fëagûl decidió dejar a Anduril junto a Lúthien para no tener dudas que fuera ella en un futuro y para que Morgoth no pudiera encontrarla, ni a ella, ni a la espada.
Lúthien temblaba por el frío invernal de esa mañana, entonces tomó una capa raída que estaba sobre la pila de cadáveres y la cubrió con un trozo de ella. Lúthien estaba llorando cuando la dejó sobre la cesta y a la orilla de un arrollo del bosque. Esperó allí por bastante tiempo hasta que escuchó unos pasos que resonaban bajo las copas de los árboles y hacían crujir las ramas y la hojarasca que se había juntado en el suelo bajo ellos. Bárbol se estaba acercando. Fëagûl vio como tomaba en sus brazos a la niña y se alejó del lugar.
Luego se encaminó en un largo viaje que lo llevaría hacia las colinas de hierro, allí tomó los trozos de la espada de Morgoth y con ellos forjó una poderosa espada. Era negra como la noche, e iba a ser la compañera de Anduril en su destino de destruir a la gran sombra. Pero esa espada tenía también la maldición que Morgoth había echado sobre ella. Un gran mal traería a aquel que se atreviera a portarla. Por eso Fëagûl escondió la espada en un lugar hechizado, para que solo aquel que fuera capaz de soportar un gran dolor pudiera blandirla.
Tenía miedo de que Morgoth hallara la espada y la utilizara otra vez en su beneficio, por eso la llevó mucho tiempo consigo, pero no era seguro que él la portara, más siendo el momento en que el mal estaba por recuperar su forma nuevamente en el Norte. Fue así que decidió ocultar la espada en Emyn Arnen, estaba seguro de que los únicos capaces de poder blandirla serían los hombres.
Y así fue como el destino quedó sellado, la única forma de destruir a Morgoth era reuniendo el poder de ambas espadas, una espada que representaba todo lo bueno, la espada real; y otra que representaba todo lo malo, que traería una gran tristeza para aquel que la llevara; pero que junto a Anduril sería capaz de derrotar incluso al más poderoso. Mucho tiempo Morgoth había buscado ambas espadas, y ahora ya sabía dónde estaba Anduril, se dirigía hacia Mordor, directamente hacia él. Pero la otra espada era un misterio, porque solo Fëagûl sabía donde la había ocultado y aún quien pasara delante de ella no la vería porque él mismo se había encargado de hechizar el lugar para que solo aquel que reuniera las características para blandirla la encontrara

2 Comments:

  • At 7:52 PM, Blogger ivan said…

    hola me llamo ivan me dicen dante

    bueno te escribo por q a mi me encanta el anime y kiero conoserte porabor te lo pido mi msn es dante_amg@hotmail.com por fabor agregame o enviame un mensaje plizzz por fis bye espero noticias tullas

     
  • At 7:53 PM, Blogger ivan said…

    natalia petti porfis mandame un mensaje o agregame te kero conocer porfabor

     

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