El fin de la Tierra Media: Capítulo 3: "Una gota de alegría en un mar de tristeza"
La batalla se desató furiosamente, ríos de sangre corrían sobre las piedras de la antigua ciudad. Sangre mezclada de orcos y hombres que se debatían entre la vida y la muerte. Aldariel estaba tentada por dejarse morir, ya no tenía sentido continuar, su mundo se había venido abajo con las palabras de Faramir, él no sabía que tanto dolor le habían causado. Las lágrimas de Aldariel se mezclaban con la sangre que había salpicado su blanco rostro. De pronto y como una ilusión delante de sus ojos recordó a la única persona que podría decirle lo que tanto deseaba: Fëagûl, él sabía que ella tenía la espada y era también el único que podría mitigar su llanto o acrecentarlo aún más.
No podía pensar en la batalla pero aún así su espada estaba cubierta de la sangre de los orcos, su mente no se encontraba en ese lugar pero su habilidad continuaba intacta y habían pasado horas y horas y ella continuaba matando orcos. Hasta que delante de ella se plantó el líder del ejército enemigo. Un hombre alto y moreno, sobre un gran caballo color marrón. Aldariel vio el fuego de Morgoth en sus ojos y volvió a la realidad rápidamente, el hombre bajó de su corcel y apuntó a Aldariel con su espada. Anduril aún manchada brilló con la tenue luz de las antorchas encendidas en la noche.
El combate comenzó y Aldariel no podía contra su oponente, todos sus golpes eran inútiles, el hombre parecía tener una fuerza infinita que le llegaba desde otro lugar, desde lejos, aún así Aldariel no temió, sus ojos no se separaron de los del enemigo, y la batalla duró muchas horas. Ninguno de los dos logró derribar al otro, la batalla hubiera seguido por más tiempo si Faramir no hubiese intervenido.
El capitán de Gondor ordenó la retirada de sus hombres, muchos habían muerto, unos pocos quedaban de pie pero ya no podían seguir, o habían perdido un brazo, o una pierna, o estaban demasiado heridos. Aldariel acató la orden de Faramir y se replegó hacia el sur, el hombre no la siguió, Aldariel subió a Crosswind y emprendió la retirada hacia Minas Tirith, Eldarion no había llegado pero tampoco lo había hecho el ejército que se acercaba desde el Norte. Osgiliath había vuelto a caer y ahora el cruce del río Grande estaba bajo el poder de Morgoth.
Una sonora carcajada llegaba desde detrás de las montañas de la sombra, Morgoth estaba celebrando su nueva victoria. No había nadie que pudiera contra su poderoso ejército. Faramir y unos pocos soldados se dirigieron con tristes recuerdos hacia Minas Tirith, muchos habían perecido en el ataque, amigos y grandes hombres. La mirada de Aldariel estaba perdida, no miraba un punto fijo. La noticia había sido demasiado para ella aunque aún así esto no la había afectado en combate y había matado más orcos que cualquier otro soldado. Faramir estaba sorprendido por sus habilidades y casi no dudó sobre su verdadera identidad, ya que ella era muy parecida a la dama Arwen y tenía la mirada y el espíritu combativo de Aragorn, su padre.
Sabía que la alegría volvería a Gondor con su llegada, pero no podía entender por qué Aldariel estaba tan triste y no había vuelto a hablar desde que conoció el nombre de la espada que llevaba consigo.
El día se desplegó por fin sobre la Tierra Media y los hombres de Morgoth no habían seguido a los heridos. Seguramente lo consideraron inútil. Los soldados fueron atendidos rápidamente y Faramir preguntó a Aldariel si estaba lastimada. Ella no le respondió entonces él la llevó con el resto a que la revisaran. Aldariel no tenía ni un rasguño, la sangre que la cubría no pertenecía a ella sino a los enemigos que había aniquilado.
Faramir pidió que la trataran con todos los honores y que la llevaran junto a él luego de que hubiera descansado convenientemente. Mientras tanto se dirigió hacia el castillo para hablar con la dama Arwen.
-Hemos tenido muchas bajas. Muy pocos han regresado.
-¿Jamás terminará tanto sufrimiento? ¿Nos merecemos semejante castigo Faramir?
-Tanto castigo ha tenido su recompensa, Anduril ha aparecido.
Arwen se quedó callada, estaba muy asombrada de escuchar otra vez ese nombre. Y se preguntaba cómo había sido posible.
-Y si mis ojos no me hicieron ver algo que no era, Lúthien la trajo consigo.
La mirada de Arwen cambió de repente. La noche anterior había tenido un sueño, en él había visto una bella doncella combatiendo en Osgiliath, con un atuendo que ella había usado en otro tiempo, no entendió que significaba hasta ese momento.
-Faramir, no vas a creerme, pero he soñado con ella- dijo Arwen sonriendo por primera vez luego de mucho tiempo.
Al día siguiente la noticia no tardó en recorrer todo Gondor, la tristeza dejó paso a la alegría que renació en aquellas tierras tan castigadas en muchos años. Lúthien la hija del rey estaba allí y traía consigo a Anduril, la espada a la que Morgoth tanto temía. Todos sin excepción festejaron con gozo la llegada de Lúthien, y más aún porque ella era una gran guerrera que había peleado en el Norte junto al Rey.
Todo esto se supo por Faramir y los hobbits que habían conocido a Aldariel y que ahora se encontraban habitando en el sur. Legolas también estaba allí y había dado las noticias de lo ocurrido en la batalla de la Comarca no mucho tiempo atrás.
La única persona que no estaba feliz era la misma Lúthien, no había dicho palabra desde que llegara a Gondor y no podían hacer que hablara otra vez. Faramir se culpaba por ello, pensaba que no debía haberle dicho una noticia semejante tan repentinamente y en tales circunstancias con una batalla a punto de comenzar. Aldariel sonreía cuando se encontraba con Arwen, pero rompía en llanto cada vez que alguien mencionaba el nombre de Eldarion y sus lágrimas no dejaban de correr por horas. Nadie parecía haberse percatado de ello, pero no era así, una persona se había dado cuenta que algo extraño ocurría.
Aldariel se encontraba una soleada mañana sentada en el jardín del palacio, un ave blanca se apoyó sobre su mano y cantó para ella, sin embargo ella ya no cantaba. Anariel se acercó y se sentó a su lado.
-Me gustaría saber que fue lo que te pasó en Osgiliath, ¿por qué estás tan triste cuando la alegría debería notarse en tu rostro? ¿que pena tan grande te perturba?
Aldariel la miró con dulzura, pero no se escuchó más que el sonido del silencio en el aire. Anariel no sabía que decirle, quería que ella le hablara y le contara lo que le había pasado, pero eso parecía inútil.
-Si me cuentas que te pasó o que es lo que te aflige yo podría ayudarte.
Aldariel la miró agradecida pero tampoco dijo nada. Aunque notó que Anariel tenía una gran tristeza que opacaba su belleza desde hacía mucho tiempo, y se vio reflejada en ella. El ave la dejó y voló por los cielos. Aldariel agachó la cabeza, Anariel le dijo:
-Hace mucho tiempo que yo sufro en silencio, nunca le conté esto a nadie, pero temo que a ti te haya pasado algo parecido o quizás algo mucho peor y voy a contártelo. Yo amo a un hombre desde hace mucho tiempo, sin embargo sé que nunca voy a poder tenerlo porque el no me corresponde. Jamás me amará.
Aldariel seguía mirando el verde suelo, y Anariel se percató de que había comenzado a llover levemente, sin embargo era solo una nube sobre ellas que no había podido cubrir el sol. Aldariel miró a Anariel con los ojos llenos de lágrimas y Anariel comprendió que estaba confirmándole que algo semejante le ocurría a ella también. Aun así no pudo imaginar que tan terrible era lo que le estaba pasando.
Aldariel no habló desde su llegada, sin embargo estaba consciente de la batalla que se aproximaba y jamás dejó de entrenarse en el manejo de la espada. Ahora era Faramir quien la instruía en ese arte. Era muy amable con ella, pero aún así Aldariel extrañaba mucho a Fhilamir, hubiera querido que él se encontrara allí para poder abrazarlo y decirle lo que su corazón sufría en silencio.
Por fin el día que Aldariel tanto temía y que a la vez esperaba llegó, Fëagûl arribó a Gondor pero nunca nadie lo supo, solo se presentó ante ella, el día quinto de su llegada. Fëagûl le dijo que no podía quedarse allí por mucho tiempo, no hasta que el Rey volviera. Le dijo a Aldariel que el reino del Norte había caído, pocos habían logrado huir del dragón blanco de Angmar. Y los pocos que lo hicieron se dirigieron hacia el Sur, el reino libre del Norte cayó también bajo el poder de Morgoth. Sabía que Aldariel quería una explicación y por eso había ido allí.
-Tu padre debe haberte dicho que la espada que llevas contigo es Anduril y que eres Lúthien la última hija del Rey.
Aldariel sollozó y Fëagûl al instante entendió que Bárbol no le había dicho absolutamente nada antes de que ella abandonara el bosque de Farngorn. Las esperanzas de Aldariel se desvanecieron por completo y sintió como su corazón se resquebrajaba en incontables partes minúsculas y se rompía como un débil cristal. Fëagûl se sintió terrible, una sombra cubría su rostro lleno de tristeza y sintió mucha pena por ella.
-No debería estar aquí, todos piensan que soy un enemigo en estas tierras, porque el hechicero que te arrebató ese día de los brazos de tu madre fui yo.
Aldariel se sorprendió muchísimo al escuchar lo que Fëagûl le había dicho, aún así no pudo decirle nada, estaba estupefacta, dolida, anonadada, pero ya nada podía sentir, ni siquiera piedad por sí misma.
-Sabía que Morgoth estaba llevándose a todos los niños y mi intención era protegerte, y la única manera de hacerlo y evitar que cayeras en sus manos fue sacarte lo más rápido posible de Gondor. Mientras tu padre y muchos otros guerreros valientes perseguían a los orcos hacia el norte yo te dejé en una cesta en la orilla de un río interior del bosque de Farngorn, a pocos pasos de allí se había librado una batalla y en el campo bajo una pila de cadáveres de orcos, bestias y hombres vi brillar una luz. Era la espada Anduril, Aragorn había perdido su espada en la batalla, y creí por mucho tiempo que él estaba muerto. Tú llorabas y temblabas por el intenso frío invernal y yo no pude más que cubrirte con una capa raída que hallé sobre la pila de los orcos muertos en combate. Lo que hice fue dejar la espada a tu lado, para poder estar seguro de quien eras cuando hubieras crecido, allí aguardé hasta que Bárbol te encontró. Cuando supe que Aragorn estaba en el Norte y seguía con vida habían pasado ya varios años. Le conté toda la historia que ahora te estoy contando a ti y él prefirió que te quedaras en el bosque para que no corrieras peligro. Cuando Eldarion llegó a las puertas del Castillo contigo en brazos tu padre enseguida supo lo terrible del secreto que habíamos guardado, porque vio en los ojos de Eldarion el amor que él sentía hacia ti, y no tuvo el valor de decirles nada, al igual que Bárbol, porque ambos te aprecian mucho más de lo que tú te imaginas siquiera y no querían verte sufrir como lo estás haciendo ahora. Por eso, Lúthien, solo me resta pedirte que perdones a este viejo hechicero porque habiendo querido hacer un bien, terminó haciéndote mucho mal.
Los ojos azules de Fëagûl brillaban debido a las lágrimas que comenzaron a brotar de ellos, Aldariel se acercó a él agradecida y tomó su arrugada mano con suavidad.
-El destino ha sido injusto conmigo- dijo despertando de un sueño que aún la tenía atrapada- de todos los hombres que habitan esta tierra ha hecho que me enamore de mi hermano, al que nunca podré querer de esa forma. La felicidad es algo que nunca podré atesorar, y jamás mi corazón amará de nuevo. Ahora está frío como el hielo que cubre las Montañas Nubladas y así continuará por siempre. Pero tú no tienes la culpa querido Fëagûl. Éste corazón ahora está preparado para enfrentar a la misma Sombra que vino del Oeste y terminar al fin con tanto sufrimiento.
En ese momento varias trompetas sonaron estridentes, el príncipe de Gondor estaba de regreso. Y un ejército de elfos lo acompañaba.