El fin de la Tierra Media

Dedicado a mi amigo Emiliano -Fëadîn el elfo austral-

Monday, April 07, 2008

FINAL: El fin de la Tierra Media: Capítulo 5: "Un nuevo comienzo"




FINAL

Y el "Día Nefasto" llegó a su fin. La sombra se desvaneció y en el mundo volvió a reinar la paz. Todos bailaban de alegría en la Isla de Tolfalas cuando llegaron a ellos las noticias y se prepararon para volver junto a sus familiares y seres queridos. Nunca el sol había brillado tanto en el firmamento como ese nuevo día.
Pero el amanecer también trajo tristeza, en Minas Tirith los soldados arrastraban los cuerpos de sus compañeros muertos en el Pellenor y más allá, para "El Gran Funeral" a celebrarse tres días después, donde se honraría a los caídos en la batalla. Los funerales durarían quince días con sus noches.
Los enfermos salían de las Casas de Curación para ver salir el sol nuevamente sobre el mundo, la primavera estaba llegando lentamente anunciando un nuevo comienzo.
Gimli y Legolas se encontraban mirando hacia Mordor en el último nivel de la ciudad. Estaban descansando de las arduas tareas que les habían encomendado, ayudar a los soldados a recuperar los cuerpos y a llevar a una gran pira a los orcos y bestias que iban a ser quemados esa misma noche. Y mientras miraban el horizonte lejano esperaban ver regresar a Aldariel, a Eldarion y a Fëadîn.
-¿Crees que estén vivos?- le preguntó Gimli.
-No lo sé amigo, puedo ver varias leguas al este pero todavía no hay ninguna señal de ellos. Quizás si Fëadîn sobrevivió podrá contarnos lo sucedido.
-Espero que todos estén bien- suspiró Gimli.
-Arwen está muy triste, ni la destrucción del Amo Oscuro pudo alegrarla.
-Aragorn estaba triste también, es mejor dejarlos solos hasta que ellos decidan volver a salir.

En Mordor todo seguía igual. El Orodruin aún escupía fuego de sus fauces, ahora más lentamente, como cantando un lamento a Morgoth. Thirwain se estaba encargando de las heridas de Fëadîn y Eldarion vendaba con un trozo de su capa negra la pierna lastimada de Aldariel.
-Tenemos que regresar- les dijo Thirwain- Fëadîn necesita más ayuda de la que yo puedo ofrecerle- y se marchó nuevamente al lado del elfo herido para que ellos pudieran conversar y decidir que iban a hacer de ahí en adelante.
-No voy a ir- dijo Aldariel firmemente- para todos yo morí el día que dejé Minas Tirith. Si vuelvo solo sufriría y tú lo sabes.
-Yo tampoco volveré entonces.
-No puedes hacer eso, tienes responsabilidades que asumir, nuestros padres deben estar muy preocupados por los dos. A ellos solamente les dirás que estoy viva, los demás no deben saberlo. Yo voy a irme a Farngorn a ver a mi padre y luego no sé que será de mí aún- le dijo a Eldarion tristemente.
-Voy a acceder solamente a algunas de tus demandas. No irás a Minas Tirith sino quieres, y nadie sabrá que estás viva salvo nuestros padres, yo voy a llevarte a Farngorn y luego de allí iré a Gondor. Tendré que estar allí un tiempo, pero el día del inicio de la primavera te encontraré en el lago a los pies de la antigua Annuminas, iré solo y me quedaré un tiempo allí contigo- le dijo Eldarion y la besó dulcemente. Aldariel no pudo hacer más que estar de acuerdo con él pero con un gran pesar en su corazón. Eldarion y ella ya no volverían a ser los mismos luego de enterarse que eran hermanos pero tampoco iban a poder vivir sin estar juntos.
Así que Aldariel y Eldarion salieron sin demora por el camino más corto a Farngorn mientras Thirwain y Fëadîn tuvieron Minas Tirith por destino, sus órdenes fueron no hablar de ellos con nadie salvo con sus padres. Se repartieron las provisiones que les quedaban y comenzaron la marcha. El caballo en el que habían viajado Thirwain y Fëadîn se había perdido y solo les restaba caminar.

Unos días pasaron, Legolas y Gimli todos los días subían al séptimo nivel a posar sus ojos en el este. Ese día vieron dos personas que se acercaban en la lejanía.
-Solo veo dos personas amigo Gimli, y las cuentas dicen que tres habían ido a Mordor, y quién sabe si alguien más.
-Eso significa que alguno de ellos ha muerto- dijo muy abatido el enano.
-No aventuremos nada aún, quizás tengamos buenas noticias.
Todos los soldados que quedaban en Minas Tirith fueron a las puertas cuando supieron que alguien se acercaba para rendirle grandes honores. Todos vestían sus respectivos uniformes, había soldados de Rohan, de Gondor, y de los principados del sur. Se acercaban a lo lejos dos hombres, y ambos estaban heridos. Fueron ayudados enseguida y recibidos con algarabía por el pueblo. Pero cuando les preguntaron lo que había ocurrido solo dijeron que iban a hablar con el Rey.

Fëadîn fue llevado a las Casas se Curación y Thirwain habló con Aragorn, la dama Arwen estaba a su lado sumida en una profunda tristeza. Nunca nadie la había visto tan triste, ni cuando había perdido a la pequeña Lúthien.
-Antes de comenzar a relatarles lo ocurrido, voy a comenzar por el final, Aldariel y Eldarion están bien, los dos se han marchado a Farngorn y Eldarion ya debe estar en camino hacia aquí.
Una alegría inmensa iluminó los rostros de Aragorn y Arwen y sintieron un gran alivio, como si les hubieran quitado un gran peso de sus hombros. Thirwain continuó:
-Los dos han pedido que nadie sepa aún que ellos están con vida. Al menos no hasta que Eldarion regrese, ahora yo voy a contarles lo que ocurrió.
-Espera, valiente Thirwain, sería una descortesía pedirte eso ahora, te ves muy cansado, deberías ir con Fëadîn a las Casas de Curación, ya habrá tiempo para historias, la mejor noticia ya nos la haz dado.
-Gracias, mi rey- dijo y se fue junto a su compañero de viaje. Aragorn lo acompañó para que no le hicieran preguntas. Luego volvió junto a Arwen y le dijo:
-No habrá noticias para los demás hasta que regrese Eldarion, respetaremos su decisión- y Arwen estuvo de acuerdo.

Dos días habían pasado desde que dejaran a Thirwain y a Fëadîn. El barco de Thirwain estaba en la otra orilla, era evidente que ellos lo habían utilizado para cruzar, así que tuvieron que caminar bastante hacia el norte para poder cruzar el Río Grande. No había nadie en esa región, la Tierra Media estaba desierta, solo había gente en Minas Tirith y en la Isla de Tolfalas. Cruzaron el río a nado y luego se volvieron hacia el sur. Mucho se habían desviado del camino así que tardaron varios días en llegar a Farngorn.
Todo el tiempo que habían compartido los había hecho muy felices, nada importaba, el frío, la lluvia ni el cansancio del camino. Eran libres, nadie sabía quienes eran, nadie los veía, nadie sabía que eran hermanos. Aldariel dejó de sentirse triste y Eldarion atesoró cada sonrisa de ella. Pero los días pasaban y el momento de la separación se acercaba. Hasta que llegaron a los lindes del bosque.
-Han pasado muchos días y fueron los más felices que alguna vez tendré- le dijo Aldariel, esta vez con los ojos llenos de lágrimas y otras que bordeaban sus pálidas mejillas.
-No, no lo serán, habrá muchos otros, Aldariel, porque no habrá herederos míos en el trono de Gondor, jamás me casaré. Los hijos de Ëarwen ocuparán ese lugar.
Pero la predicción de Eldarion no fue la correcta, al menos en parte.
-Pero como vamos a lograr vivir con esta culpa ¿podrás hacerlo Eldarion?
-La culpa no significa nada si la comparo con el dolor de estar lejos de ti.
Aldariel sonrió, se secó las lágrimas, y se despidió de Eldarion con un fuerte abrazo.
-Te esperaré en Annuminas. Y no me moveré de allí hasta que te vea otra vez.
Y un beso selló la promesa. El príncipe partió dejando a su princesa por un tiempo perdiéndose en la llanura, Aldariel lo vio alejarse y se internó en el bosque.
Grande fue la alegría de Bárbol cuando la vio junto al arroyo, porque creyó que jamás volvería a contemplar su bello rostro. Aldariel sonrió al verlo pero una gran tristeza se reflejaba en sus ojos claros.
-Padre, he vuelto- le dijo con su voz tan dulce como la miel.
-Pensé que no volvería a verte, pero me alegro de haberme equivocado, hija mía.

Todos en Minas Tirith estaban preocupados, desde que Fëadîn y Thirwain había llegado ninguna noticia les había sido revelada por órdenes del Rey. No se les permitía bajo ninguna circunstancia hacer preguntas a los recién llegados. Mientras tanto casi todos los que se habían exiliado en la Isla de Tolfalas habían vuelto a la ciudad.
-No entiendo por qué tenemos que esperar- dijo Pipin angustiado.
-¿Por qué no quieren decirnos que pasó con Aldariel?- preguntó Sam indignado.
-¿Les habrá pasado algo malo?- se preguntó Merry.
-¡No digas eso! Nada le pudo haber ocurrido, ella que era tan buena...
-Pero si eres tú el que ha dicho "era".
-Pero no quise decir que estuviera muerta, Merry- se enojó Sam.
En ese momento se escuchó un fuerte sonido proveniente de un cuerno. Los soldados de Gondor anunciaban la llegada de su capitán. Y todos se alegraron porque el sonido era de felicidad y anunciaba que Eldarion había escapado de la Sombra y había vuelto a Minas Tirith, él había derrotado al Amo Oscuro.
-¡Ha vuelto! ¡El príncipe ha vuelto!- saltó Pipin alegremente.
Pero ese día tampoco hubo noticias, Eldarion no había salido y estuvo con sus padres hasta el día siguiente.
Cuando el sol asomó sus rayos desde las tierras del lejano oriente, Eldarion habló a todo el pueblo:
-Pueblo de Gondor, ¡la sombra ha caído!
Todos aclamaron sus palabras y vociferaban con algarabía.
-Esta espada- dijo desenvainando la espada negra- fue la que pudo derrotar a Morgoth, pero nada hubiera podido hacer si Anduril no hubiera estado junto a ella.
En ese momento todos se preguntaron qué había ocurrido con Aldariel y temieron que ella no volviera jamás a Gondor.
-Aldariel... Lúthien, combatió junto a mí y junto a Fëadîn y Thirwain, sin los cuales no hubieramos podido lograrlo- dijo mirando con una sonrisa a sus compañeros de la batalla, ellos también le sonrieron agradecidos.
-Pero Lúthien ya no volverá a Minas Tirith, esa fue su decisión y debemos respetarla, porque gracias a ella vuelve a haber paz en el mundo y gracias a ella Morgoth desapareció para siempre.
Todos se entristecieron al escucharlo, Lúthien se había ganado el corazón de todos, y no podían imaginar que ella no volviera.
-Una nueva era de paz se incia hoy en Gondor, que den inicio las festividades.
Un gran banquete hubo ese día en el reino y todos fueron invitados. Hobbits, elfos, enanos y hombres honraron a Eldarion y brindaron por Aldariel.

Los días pasaron y la primavera no tardaría en llegar. Los árboles estaban felices y eso auguraba el inicio de días más soleados.
-Las flores despertarán pronto bella Aldariel.
-Lo sé, y hoy es el día que volveré a marcharme amado padre, pero no será para siempre.
-¿Dónde te llevarán tus pasos?
-Mi destino no puedo revelártelo, pero volveré- le dijo con una sonrisa y se dirigió hacia el norte, tenía un vestido verde con una capucha para protegerse de las miradas de los caminantes.
Y volvió a hacer el recorrido que hubiera hecho cuando dejara Farngorn por primera vez. Distinto era el camino ahora y mucho tiempo llevaría volver a reconstruir todo lo que el mal había destruido.
Aldariel llevó a Anduril para protegerse en el largo trayecto hacia Annuminas, pero a nadie encontró en los senderos sin demarcar, solo una persona se cruzó en su camino.
-¡Fëagûl!- se sorprendió Aldariel, pero a la vez se alegró mucho de verlo y lo abrazó con cariño.
-He venido a despedirme de ti- le dijo- mi tarea en este mundo ya está resuelta.
-¿A despedirte?- le dijo con tristeza.
-Así es, vine a agradecerte por todo y a pedirte disculpas nuevamente.
-Eso ya lo conversamos Fëagûl, no debes culparte más por lo que aconteció en el pasado. Los hilos del destino no los maneja un mago solamente- dijo sonriendo.
-Haz cambiado mucho desde la primera vez que te vi, Aldariel, y deseo que de ahora en más ya no haya sufrimientos en lo que te resta por vivir.
-Muchas gracias, Fëagûl. Deseo lo mismo para ti.
Y Fëagûl desapareció tan rápido como había aparecido, tanto que Aldariel no notó cuando se marchó.

Al fin luego de mucho caminar llegó a lo que en un tiempo fuera Annuminas, y era el momento del ocaso, el sol se ocultaba detrás de las montañas y sus rayos hacían brillar la superficie del lago. Ver las ruinas de la ciudad le trajo muchos recuerdos y se entristeció al verla así. Las imágenes de las blancas casitas se le aparecían en sus pensamientos y lloró al recordarlas. Se dirigió a los pies del lago y cantó una bella canción:


¿Por qué Anar te ocultas a mi llegada?
La noche no tardará en mostrar su negro velo
y las estrellas esperan con ansias...

¿Por qué tus rayos dejan la Tierra?
¿Será porque Isil la bella
espera derramar su rocío cristalino
en las aguas terrenas?

¿Por qué huyes al oeste?
¡No me abandones bella luz del día!
espera que llegue mi amante
para no quedarme sola en esta noche fría...

Y su voz no se perdió sola en el firmamento porque allí estaba Eldarion escuchándola.
-Te estuve esperando- le dijo sonriendo. Tenía un atuendo blanco y parecía irradiar una tenue luz. Aldariel se quitó la capucha y sus largos cabellos negros cayeron suavemente sobre su espalda. Miró a Eldarion con un profundo amor. Él se acercó a ella y la abrazó con dulzura.
-He cumplido mi promesa- le dijo ella.
-Es una hermosa canción, y tu voz hace que sea más bella aún.
Aldariel lo miró y lo besó dulcemente. Y desde ese momento todas las primaveras volvieron a encontrarse en ese mismo sitio. Pero nadie lo supo jamás, era un secreto que solo les pertenecía a ellos.

Eldarion gobernó Gondor después de la muerte de su padre y vivió muchos años, pero jamás se casó, Ëarwen tampoco tuvo hijos y todos creyeron que se había roto la línea de los reyes para siempre, hasta mucho tiempo después. El hijo de Anariel, Echtelion, ostentaba la senescalía, gobernó durante diez años y así pensaron que terminarían los días hasta que un hombre llegó a Minas Tirith. Traía con él la espada Anduril, su nombre era Arathorn y todos pensaron que era el hijo de la perdida Lúthien, de la que nunca más habían oído hablar, pero ella era la que mucho tiempo atrás se había ido con la espada. Nadie jamás supo que él también era hijo de Eldarion y fruto del amor de los dos hermanos.
Arathorn fue un rey noble y con él se inició una nueva era de abundancia y prosperidad en Gondor.

El fin de la Tierra Media: Capítulo 5: "La última defensa"



Era pasado el mediodía cuando las puertas de Minas Tirith se cerraron. Mientras Fëagûl ponía a prueba su resistencia contra el Amo de la Sombra las Casas de Curación estaban en total actividad abarrotadas de heridos, gente que iba y venía trayendo agua, paños, vendas y también hierbas que ayudarían a aliviar a los enfermos. Luiniel y otros elfos más ayudaban a las pocas enfermeras que no eran suficientes.
En el primer nivel, esperando la hora funesta se encontraba el Rey Elessar y todos sus soldados preparados para cuando el poder de Fëagûl cediera ante el poder de Morgoth. Recuperaron fuerzas comiendo algunas escasas provisiones, quizás las últimas que tendrían antes del fin.
-¿Cuánto tiempo más tendremos que esperar?- dijo Gimli con gran impaciencia- ¡No soporto más este sitio! ¿por qué no salimos a combatir? Es inútil ocultarse, Fëagûl no resistirá para siempre.
-Tenemos que resistir el mayor tiempo posible, amigo- le dijo Legolas tranquilamente- Gandalf así lo hubiera hecho. Además todavía tenemos una esperanza. Lúthien y Eldarion están cerca de Mordor, puedo sentirlo.
-A Gandalf es a quién necesitamos, él sería de gran ayuda en estos momentos. Y si Aldariel y Eldarion están cerca de Mordor como dices eso me deja aún más preocupado.
Los campos del Pelennor estaban infestados de enemigos, lo que una vez fuera hierba verde ahora era un suelo pútrido pisoteado con fuerza por los orcos desesperados por hacer correr la sangre de Gondor. Los muros que rodeaban el Pelennor habían sido derribados por completo por trolls de las cavernas. La última ciudad libre sería destruida si Minas Tirith caía ante la embestida.
Y sucedió que a la medianoche Morgoth pudo cumplir con su deseo y Fëagûl cayó desvanecido sobre el suelo de piedra de la torre en la que se hallaba desplegando el conjuro protector. Entonces fue como oír una melodía fúnebre y lágrimas incontables fueron derramadas sobre las escaleras de mármol blanco.
Ardua fue la batalla en Minas Thirith cuando cayó el muro protector de Fägûl. En ese mismo momento los trolls se abalanzaron sobre la gran puerta y comenzaron a romperla a garrotazos. Y Melkor rió tan fuerte que su voz recorrió los cielos desde Mordor hasta la Ciudad Blanca. Y esa fue la risotada que escucharan Aldariel, Eldarion, Thirwain y Fëadîn antes de llegar a la Puerta Negra y con la que despertaron sobresaltados.
El Rey estaba a caballo y junto a sus soldados se preparaban para detener a los vasallos de Morgoth detrás de la puerta principal de la ciudad el mayor tiempo posible, y no pasó mucho hasta que lograron derribarla y un combate encarnizado se desató al instante. Orcos sobre grandes lobos y trolls de las cavernas pasaron la puerta como una creciente del río Anduin en primavera.
En el segundo nivel Eömer observaba entristecido la batalla. Aragorn le había ordenado esperar, el primer nivel se abarrotaría de orcos en muy poco tiempo y todos se retirarían cuando ya no hubiera posibilidad de seguir el combate allí. La estrategia era simple, subir uno a uno los niveles de la ciudad para ganar tiempo.
Las espadas desenvainadas de los guerreros relucían como relámpagos en la noche oscura. Puntos de luz llameantes brillaban en los campos del Pelennor una vez más tomado por las fuerzas enemigas, eran las antorchas de los sirvientes de Melkor y parecían no tener fin a lo lejos.
El ataque pudo ser resistido en un principio, pero luego de los orcos y los trolls llegaron los hijos del Amo Oscuro. Los hombres de cabellos plateados y ojos como el fuego. Mataron a muchos guerreros valientes y Aragorn peleó con el jefe de todos ellos, el mismo que había enfrentado Aldariel en Osgiliath.
Era un guerrero temible y las espadas de ambos resonaron con un ruido estridente cuando chocaron en el aire. Jamás Aragorn había enfrentado a un adversario tan terrible pero no temió. Lo enfrentó con valor y a pesar de la diferencia de poder que había entre ellos no se inmutó. Cabalgó hacia él y lo atacó de frente, pero su adversario logró arrojarlo de la montura. Un troll dio un garrotazo al suelo donde Aragorn había caído pero éste lo esquivó en el último segundo.
El primer nivel ya estaba plagado de enemigos cuando Aragorn ordenó la retirada al segundo nivel. Las esperanzas de vencer eran cada vez menores. Pero a pesar de la desesperanza que reinaba entre los guerreros no cesaron de blandir las armas y en su retirada mataron a gran cantidad de orcos.
Al amanecer del segundo día de la batalla, cuando todo parecía terminar al fin, cuando flaqueaba la fortaleza de los hombres libres, Eömer divisó a lo lejos hacia el norte algo que lo dejó sin palabras, eran árboles, árboles que se movían y se dirigían hacia la ciudad. Una gran alegría brotó de sus corazones, porque lo que el Rey de Rohan había visto no eran árboles sino Ents del bosque de Farngorn dirigidos por Bárbol que se acercaban a la ciudadela y aplastaban gran cantidad de orcos bajo sus nudosos pies.
En ese momento la esperanza renació para los cansados guerreros. Todos los Ents habían dejado Farngorn y habían marchado a la guerra. Cuando todos estuvieron en los campos del Pelennor muchos orcos fueron muertos. Varios intentaban hachar los pies enraizados de los Ents pero solo lograban ser aplastados por ellos.
Mientras la masacre de los hijos de Morgoth continuaba. Y fue inútil intentar detenerlos, poco a poco el combate se fue trasladando hacia los niveles más altos de la ciudad. Casi no quedaron soldados para defender el último nivel. El tercer día Aragorn había logrado detener a los hombre de ojos de fuego en el sexto nivel, pero una vez que hubieran derribado la última puerta sería el fin. Entonces así habló a sus hombres al atardecer de ese mismo día cuando la noche ponía fin a la última luz:
-Grandes han sido nuestros esfuerzos y grandes nuestras pérdidas, quizás este sea el último atardecer que logremos ver, pero no moriremos sin pelear! No sin que alguno de los hijos de Morgoth pruebe el acero de nuestras espadas!
Los pocos soldados que habían sobrevivido al duro embate de las fuerzas del Amo Oscuro estuvieron de acuerdo con Aragorn y levantaron en alto sus espadas al brillo de las primeras estrellas.
Poco después de que Aragorn concluyera con sus palabras un ejército de orcos y hombres de Morgoth había conseguido subir al último nivel. La plataforma que conducía a la sala del rey estaba comenzando a llenarse de enemigos. Una épica batalla se avecinaba entre los hijos de Morgoth y los hijos de Númenor.
Aragorn estaba al frente de los pocos soldados que quedaban en pie. El líder de los hijos del Amo Oscuro se dirigió hacia Aragorn y éste lo miró fríamente, desenvainó su espada y esperó el ataque. El hombre asestó tan terrible golpe que Aragorn cayó hacia atrás cuando intentó defenderse. Se levantó rápidamente antes de que un orco lograra partirle la cabeza con su cimitarra negra. Aragorn mató al orco y no vio venir el siguiente ataque del hombre que lo había derribado. La espada se dirigió directo a su corazón y Aragorn pensó que era su fin pero alguien se había interpuesto en el camino de la espada enemiga. Faragond se arrojó con su cuerpo contra el arma del hijo de Morgoth para proteger a su Rey y murió al instante. Aragorn no tuvo tiempo de llorarlo como hubiera querido porque un segundo ataque se dirigió contra él nuevamente. Pero ahora los ojos de Aragorn brillaban intensamente, como pocas veces lo habían hecho desde que combatiera frente a la Puerta Negra. Se abalanzó contra el hombre de grises cabellos y lo atravesó con su espada. Los ojos del hombre se apagaron de inmediato y quedaron de un color gris ceniciento y sin vida. Los orcos retrocedieron viendo morir a su líder, pero al instante un nuevo hombre de ojos de fuego tomó el lugar del anterior y todo siguió como antes.
Una gran columna de luz de fuego surgió de Barad-Dûr y todos creyeron que por fin la agonía terminaría, que iban a abandonar la Tierra Media para siempre para dirigirse hacia un lugar desconocido junto a sus camaradas y amigos muertos en batalla. La muerte había ido a buscarlos a todos.
Pero este pensamiento los hizo combatir más valerosamente que nunca, si iban a morir que fuera con honor y gloria.
Casi no quedaban guerreros de Gondor para continuar la batalla. Allí estaba Faramir herido por un hijo de Morgoth en el brazo izquierdo y blandiendo su espada con la mano derecha, Eómer de la Marca estaba junto a él. Galinor lloraba aún la pérdida de su gran amigo Faragond y combatía al lado de su cuerpo para que no fuera profanado. Gimli y Legolas se cubrían las espaldas mutuamente y Aragorn blandía una vez más su espada contra el nuevo líder. Y allí también estaba Fëagûl ayudándolos y dándoles ánimo para continuar.
La batalla continuó hasta que poco antes del amanecer una luz plateada surgió del este adelantando el nuevo día. De inmediato todos los hombres de cabellos grises cayeron al suelo sin vida, y todos supieron que Morgoth había muerto.
Aldariel y Eldarion habían logrado la hazaña más imposible realizada jamás, habían destruido al maligno Ainur, Melkor ya no existía en la Tierra Media.
Los orcos asustados por la luz argenta y la cercanía del sol comenzaron a abandonar la ciudad e invadieron los campos del Pellenor. Pocas horas más tarde solo los cuerpos de los orcos y los guerreros de Gondor quedaban allí. Algunos trolls que no pudieron huir a tiempo ahora eran estatuas de piedra a la luz del nuevo día. Y los Ents volvían otra vez al bosque de Farngorn.

El fin de la Tierra Media: Capítulo 5: "Frente a la Puerta Negra"



La mañana estaba tranquila, quizás demasiado. Mordor parecía desierto, ningún lúgubre sonido se escuchaba desde detrás de las montañas escarpadas de Ephel Duath. No les faltaba mucho a los cansados viajeros para llegar a la Puerta Negra y sin embargo no se habían encontrado con ningún enemigo en los últimos días.
-Esto solo puede significar una cosa- dijo Fëadîn con un triste semblante.
-Están atacando Minas Thirith- dijo Eldarion- debemos apresurarnos, estoy seguro que Morgoth no se movió de su trono en Barad-Dûr.
Siguieron avanzando lo que restó del día sin descanso, la noche cayó sobre ellos tan negra que no podían ver ni a unos pasos de distancia. Se mantuvieron juntos y trataron de moverse lo más sigilosamente que pudieron, el silencio era total en la noche.
Bordearon las montañas hacia el norte, caminaron y caminaron por esas eternamente desérticas tierras. A su izquierda se encontraba el camino, en días anteriores transitado sin cesar, sin embargo ahora ya nadie iba o venía por allí. A su derecha la gran pared amenazadora que los separaba de las tierras malditas. Al día siguiente, cerca del ocaso, habrían llegado a su destino. Como un murmullo se escuchaba lejano el paso acelerado del Río Anduin corriendo hacia el encuentro del gran mar.
Aldariel cabalgaba junto a Eldarion esta vez. Fëadîn y Thirwain notaron en ellos la majestad de los antiguos reyes, los dos altos y orgullosos, con su semblante clavado en el Norte y sin siquiera dudar de la empresa que estaban por emprender. Sin embargo una gran tristeza les empalidecía sus rostros altivos, esa gran tristeza que se convertía en fuerza para seguir avanzando.
La comunidad había decidido hacer un alto para descansar, solo habían dormido un par de horas, cuando a la medianoche todos se despertaron sobresaltados. Las montañas parecían venírseles abajo, una gran risotada se escuchó por encima de las montañas que hizo doler sus oídos, Morgoth estaba feliz y esto no podía augurar nada bueno, decidieron una vez más ponerse en camino sin demora y apresurar la marcha.
La noche terminó al fin y dio inicio un día sin luz, las nubes negras ahora eran muy densas y casi no dejaban penetrar los cálidos rayos del sol.
Morgoth decidió enviar lo poco que quedaba de su ejército en Mordor a la Puerta Negra, unos 200 orcos que serían suficientes para destruir a los cuatro intrusos que intentaban entrar a su tierra. Un elfo negro de los bosques del Norte, un hombre viejo, la hija menor del Rey y su príncipe heredero. Qué alegría le daba el solo hecho de poder matarlos y enseñárselos al Rey personalmente. Pero no entendía cómo ambos podían estar vivos, había mandado a buscar a todos los niños de Gondor. Eldarion tendría más de dos años en ese entonces... pero Aldariel solo había visto un invierno...
No había nada que temer, la espada negra no había aparecido y Anduril estaba sola.
Cabalgaron sin descanso hasta que el sol comenzó a desfallecer, se ocultaba ya en el mar a lo lejos, tiñendo suavemente los cielos incorruptos. La comunidad no pudo apreciar el último ocaso, las nubes les impedían toda visión a lo lejos. La oscuridad se cernía sobre ellos. Llegaron al fin a la Puerta.
-Thirwain, Fëadîn, aún están a tiempo de desistir, no los obligaré a acompañarnos a una batalla sin retorno- les dijo Eldarion a ambos.
-Ya has escuchado mis palabras Eldarion, no me iré sin antes haber derrotado a Morgoth con lo que queda de mis fuerzas- fueron las palabras de Fëadîn.
-En mi caso prometí no dejar a la princesa hasta que mi voluntad así lo quisiese, y no es este el momento en que la abandonaré.
Aldariel los miró con los ojos llenos de lágrimas pero una sonrisa iluminó su rostro. Al instante se volvió hacia la Puerta Negra y desenfundó a Anduril. Con su espada en alto pronunció estas palabras:
-Morgoth, Melkor, o cualquiera sea tu nombre! Hemos venido a destronarte! Sal y pelea conmigo!
Morgoth comenzó a reírse sin cesar, Aldariel ardía en furia. Cuando calló, fue Eldarion el que habló:
-Anduril no está sola! Esta espada maldita, Fuinmakil, combatirá a su lado!- y al instante desenfundó la espada negra forjada con los trozos de la misma espada de Morgoth.
Morgoth no rió esta vez ¡la espada negra! Tanto tiempo la había buscado y no logró dar con ella, ahora sabía la razón, el heredero del rey la había encontrado antes. Aún así, la maldición de Fëagûl no iba a lograr amedrentarlo. Él iba a pagar por lo que había hecho.
El silencio reinó esta vez y la Puerta comenzó a abrirse lentamente, los orcos estaban alineados ordenadamente detrás. Cuando la puerta se abrió del todo los orcos esperaban la señal de Morgoth.
-¿Esto es lo que nos envías Amo Oscuro? Si no sales iremos por ti!- lo desafió Eldarion.
Al instante una intensa luz iluminó la noche eterna. De la reconstruida torre de Barad-dûr una columna de fuego abrió las nubes oscuras del cielo. Al instante los orcos se lanzaron contra los cuatro enemigos, no había escapatoria, ni tampoco querían escapar. ¿Cuánto tiempo podrían resistir?
Las flechas de Fëadîn buscaron objetivos y todos fueron certeros, ninguna flecha fue desperdiciada por el noble elfo. Thirwain desenfundó su espada y comenzó a derribar orcos a diestra y siniestra, ya estaban rodeados cuando Fëadîn tuvo que desenvainar su espada, todas sus flechas ya habían encontrado un blanco.
Eldarion y Aldariel estaban juntos y Anduril brilló con la luz del fuego de Morgoth. Con cada estocada derribaba más de un orco, y los que no morían quedaban inútiles para combatir porque les faltaba algún miembro. Eldarion blandió por segunda vez a Fuinmakil, ésta parecía seguir todas sus órdenes, con una llama blanca relucía y los orcos tuvieron miedo de ella. Las dos espadas parecían invencibles y esto les dio fuerza a los solitarios guerreros.
Estaban cansados pero poco a poco los orcos fueron reducidos a la mitad, Morgoth estaba furioso. Lo menos que esperaba era tener que combatir él mismo en la guerra, no quería rebajarse a pelear con ellos, pero lo estaban obligando a dejar su trono.
En plena contienda los orcos retrocedieron, la tierra bajo sus pies comenzó a retumbar, un sonido metálico llegaba desde detrás de las montañas. Frente a ellos apareció un terrible guerrero en armadura negra, cuya estatura doblaba la de cualquiera de sus oponentes. En sus dos manos sujetaba un gran martillo, no era antiguo, había sido construido recientemente, también era negro y su circunferencia podía aplastar con un solo movimiento a cualquier enemigo.
Eldarion hizo una señal a Fëadîn y Thirwain. Los dos retrocedieron, iban a cubrir a Aldariel y a él de los orcos que ahora se encontraban todos detrás de ellos. Morgoth se encontraba al frente de espaldas a la gran puerta. Un silencio de muerte cayó sobre el terreno de la batalla y Morgoth habló:
-Este es el martillo que he forjado yo mismo en los fuegos eternos del Monte del Destino y nadie puede destruirlo, hasta ahora no ha probado la sangre de ningún hombre, ustedes serán los primeros- dijo señalando a Aldariel y a Eldarion.
Al instante dio un golpe al suelo y una grieta se abrió frente a él, era tan profunda que no alcanzaba a verse el fondo. Aldariel y Eldarion quedaron separados, uno a cada lado de la abertura. El siguiente golpe se dirigió directamente hacia Eldarion, quien detuvo el martillo con la espada. Aldariel llamó a Wildstorm que se encontraba desorientado a unos pasos de ella y retrocedió en dirección contraria a la grita, luego dirigió al corcel hacia la brecha a toda prisa y lo obligó a saltar.
-Esa espada no te pertenece, ¡ahora la devolverás a su dueño!- la voz de Morgoth retumbó en el aire y volvió a golpear a Eldarion y esta vez casi logra su objetivo, pero Aldariel sobre Wildstorm detuvo el golpe justo a tiempo con Anduril.
La furia de Morgoth se acrecentaba, el siguiente ataque se dirigió a Aldariel, una lanza plateada de Mithril forjada grácilmente por manos élficas en tiempos remotos fue blandida por el Amo Oscuro. Fëadîn reconoció de inmediato esa obra de artesanía perfecta, era de su hermano caído en batalla en la derrota de Rhovanion.
Morgoth arrojó la lanza de forma certera contra Aldariel quien blandió a Anduril y logró desviarla. La lanza se clavó en el suelo a unos pasos de distancia. Pero al desviar la lanza Aldariel no vio venir al gran martillo y una grieta profunda se abrió bajo sus pies. Wildstorm cayó al abismo y así culminó su tarea en este mundo.
Aldariel logró asirse con una mano antes de caer junto a él. Eldarion fue rápidamente hacia ella para ayudarla. Morgoth se reía y blandió su martillo con ambas manos hacia el cuerpo de Eldarion para hacerlo caer junto a ella. Pero tal no fue el destino, pues la lanza plateada le fue arrojada desde lejos y se clavó en su hombro derecho. Fëadîn se lamentó pues el cuello había sido el blanco. Pero este acto había salvado a los dos príncipes quienes ahora estaban ambos parados frente al gran guerrero quien se quitó la lanza del hombro y nuevamente se alistaba para volver a arrojarla, su blanco ahora era Fëadîn. La lanza en su trayecto atravesó varios orcos y por último atravesó el costado del valiente elfo quien cayó herido. Thirwain fue en seguida a su lado a derribar a los orcos que querían rematarlo. Allí combatió duramente para protegerlo.
Aldariel y Eldarion decidieron atacar juntos esta vez. Ambos se arrojaron contra Morgoth en un intento desesperado por salvar a sus amigos. Anduril y Fuinmakil brillaron juntas, ambas resplandecían con un halo plateado a su alrededor.
Morgoth blandió el martillo por última vez, Fuinmakil cortó la mano que lo sujetaba. Morgoth estaba desarmado y Anduril atravesó su pecho. La armadura era muy resistente y aún así la espada logró penetrarla. Sin embargo Morgoth todavía estaba vivo. Con su mano izquierda recuperó el martillo y lo arrojó contra Aldariel, ella esquivó el golpe arrojándose al suelo, pero no pudo evitar que le diera en una de sus piernas. Un grito de dolor salió de su boca, la sangre manaba de la herida que había recibido.
Morgoth se alegró enormemente y arrojó un furioso ataque sobre Eldarion. Anduril estaba a pocos pasos y Aldariel se arrastró para poder recogerla. Morgoth arrojó un golpe al brazo de Eldarion que sujetaba la espada y lo dejó inutilizado. Ahora estaba desarmado y Morgoth volvía a atacarlo, esta vez para destruirlo.
Pero Aldariel ya tenía en sus manos nuevamente la espada y la arrojó hacia Morgoth. Un aullido prolongado hizo quebrar la cima de uno de los montes de Ered Lithui. Las piedras resbalaron por la pendiente haciendo un gran estruendo. Anduril se alojó en la espalda del poderoso enemigo. Eldarion recogió rápidamente a Fuinmakil que estaba clavada en el suelo a su lado y la arrojó al pecho de Morgoth.
El suelo tembló, un viento se levantó repentinamente, las nubes se agitaron en el firmamento. Una luz plateada salió de las heridas que había recibido Morgoth y como si nunca hubiera existido el mal, se desintegró en polvo negro. La pesada armadura cayó al suelo sin dueño y el martillo se quebró en dos. Los pocos orcos que no habían sido destruidos escaparon hacia Rhûn.
Thirwain cayó al suelo de rodillas, exhausto, Fëadîn se encontraba a su lado, herido pero con vida.
-Todo terminó amigo, lo han logrado- le dijo Thirwain casi en un susurro. Fëadîn sonrió feliz y luego cerró los ojos.
Eldarion caminó hacia Aldariel que estaba acostada sobre la tierra yerma de Dagorlad. Se arrodilló a su lado, sujetando su brazo herido para que dejara de sangrar.
-Estás herido...- logró decirle Aldariel, estaba muy cansada.
-No es gran cosa ¿tú estás bien?
-No es gran cosa- le dijo sonriendo y lo abrazó con fuerza.
El campo de batalla estaba sembrado de orcos, Mordor estaba desierto, el mal había sido destruido, ahora los pueblos libres podrían comenzar de nuevo. Las nubes negras retrocedieron y el amanecer nació sin sombras.

Wednesday, July 04, 2007

El fin de la Tierra Media: Capítulo 5: "El gran ejército de Mordor"

Me pregunto si después de tanto tiempo alguien seguirá viendo esto, pero bueno, en fin, soy fan de andar subiendo cosas a la red ^_^
Este es el último capítulo de mi historia (faltarían solo tres posteos más para el final), si hubo alguien ahí que lo siguió les agradezco mucho y sino bueno, quizás algún día alguien lo encuentre y lo quiera leer así que lo voy a publicar completo :P

Hasta la próxima!!





CAPITULO 5


"El gran ejército de Morgoth"


Habían pasado solo cinco días desde la finalización del concilio. El sol calentaba la fría mañana que anunciaba un crudo invierno. La última ciudad libre estaba desierta, solamente soldados armados de espadas, lanzas, hachas, escudos, arcos y flechas y cubiertos de pies a cabezas de gruesas y finamente forjadas armaduras y cotas de maya, circulaban las pequeñas callecitas de piedra.
El Rey recibió a uno de sus mensajeros, él y otros compañeros habían estado vislumbrando desde las altas torretas del fuerte la lejana Osgiliath en constante movimiento, atravesada por orcos, hombres de Harad y quién sabe que otras criaturas que albergaban las tierras desoladas del Este.
No fueron buenas noticias, un ejército enorme se dirigía a la ciudadela, no tardaría más de un día y una noche en alcanzar Minas Tirith. El Rey ordenó de inmediato que fueran a cubrir las puertas, más de 200 soldados de Gondor se prepararon para partir. Otros 200 se quedaron detrás de los muros que protegían la ciudad y otros 100 circundaron el Castillo. En las torres arqueros élficos se prepararon para asaetear a los enemigos que intentaran penetrar las defensas. Otro pequeño ejército se encargó de cubrir el lado Norte y otro el Sur. La primer línea de defensa cubrió el lado del puente, con más de 500 soldados a caballo la mayoría provenientes de Rohan y a las órdenes del Rey Eómer. Casi 50 enanos se dividieron entre las tropas, pero no aceptaron estar a las órdenes de ningún hombre, ellos pelearían por su cuenta.
El sol pasó rápidamente sobre la bóveda celeste, a la caída de la noche todos estaban ya en su puesto aprestados a un combate sin precedentes. La espera nocturna comenzó a hacerse insoportable, nadie sabía que curso iban a tomar los hechos, lo que sí sabían era que estaban en desigualdad de condiciones y que Morgoth llevaba la ventaja con su gran ejército de más de 50000 combatientes dispuestos a matar sin inmutarse.
El Rey se encontraba a las puertas del castillo y a su derecha se encontraban Legolas y su amigo Gimli y a su izquierda Faramir hijo de Denethor, Faragond y Galinor. El silencio se esparcía alrededor, un clima de tensión y nerviosismo reinaba entre las tropas aunque todos estaban decididos a combatir por su libertad, al lado de su soberano.
El astro diurno despertó al fin y comenzó a calentar la tierra con sus débiles rayos matinales, a lo lejos y como traídos por el mar rojo de la luz del día el primer ejército se precipitó a lo largo del puente. Eómer cuando el puente estuvo lleno de guerreros de Morgoth ordenó su destrucción. Los soldados de la primera línea incendiaron las columnas que sostenían el viejo puente en pie. Las grandes tablas del puente de madera comenzaron a arder, los orcos intentaron retroceder inútilmente, la estructura se vino abajo apenas el fuego terminó con su trabajo.
Los orcos ya no tenían manera de cruzar el río, pero al instante una inesperada ayuda de Morgoth acabó con las esperanzas de ganar un tiempo valioso. Grandes ráfagas de viento encolerizado se alzaron sobre el río y este se congeló al instante, una gruesa capa de hielo permitió formar un gran puente natural que los orcos comenzaron a transitar llenos de odio y ansias de sangre.
Cuando ya varios orcos habían cruzado el hielo Eómer no se dejó abatir y fue al encuentro de éstos junto a la primer línea de defensa gritando a sus soldados:
-¡¡Por Eorl!! ¡¡Rohirrim, adelante!!
Varios orcos cayeron y fueron aplastados por los gigantescos caballos, las espadas desenvainadas hicieron cuenta de varios más. El campo de batalla se ampliaba a medida que los orcos iban llegando, Eómer intentaba mantener unidos a sus hombres, pero esto era casi imposible. El número de orcos se incrementaba, y los jinetes retrocedían hacia las puertas de la ciudad. Los enanos que eran la última línea de defensa intentaban que ningún orco llegara allí, pero en determinado momento el número les impidió detenerlos a todos.
Casi al unísono dos ejércitos más avanzaron desde el Norte y el Sur. El Norte era el flanco más vulnerable. Al Sur se encontraban defendiendo el paso los ejércitos de los príncipes de Dol Amroth, Pinnath Galin y Lamedon que fueron atacados violentamente por un gran ejército de los hombres del Sur.
Hacia el Norte un ejército de más de 50 hombres de cabellos blancos y ojos de fuego comenzaron la peor masacre jamás vista en batalla alguna. Mataban a los soldados sin el mínimo esfuerzo, como si estuvieran peleando con niños pequeños, nadie podía con ellos, la llama de la Gran Sombra ardía en su interior. La sangre de los hombres de Gondor corría a raudales, los hombres de Morgoth apilaban en torres las cabezas de sus víctimas cuyas expresiones mostraban el pánico y la desesperación de las que habían sido presa antes de ser brutalmente asesinados. Los cuerpos estaban esparcidos por todo el campo y los hombres de cabellos plateados avanzaban hacia las puertas sin nadie que pudiera impedírselos. Llegarían al castillo en un par de horas.
El ruido del acero de las espadas chocando entre sí producía una extraña y lúgubre melodía, los jinetes que habían cuidado la zona del puente retrocedieron hasta las puertas, la batalla parecía no tener un fin próximo. Los hombres del sur se vieron superados y también hicieron lo propio.
Las puertas se abrieron de pronto para recibir a los valientes guerreros, pero no todos pudieron cruzarlas a tiempo, algunos quedaron del otro lado sin protección alguna y fueron eliminados por los orcos que ahora intentaban a toda costa derribar la puerta.
Pero tal cosa no iba a ser posible, Fëagûl estaba en una de las torres del castillo y había desplegado un hechizo de protección que como una gran cúpula cubría todo el perímetro, desde las puertas y abarcando toda Minas Tirith. Los orcos inútilmente intentaban traspasar con las armas o su propio cuerpo la gran pared invisible, pronto se dieron cuenta de que era inútil.
Ahora sí podían gozar de un tiempo de merecido descanso, las noticias no tardaron en llegar a los recién llegados, el ejército del Norte había sido aniquilado y un grupo de hombres de infinita fuerza estaba por llegar a la ciudad. Los hijos de Morgoth. Todo estaría bien mientras Fëagûl consiguiera mantener el conjuro.
Fëagûl se estaba debatiendo continuamente al poder de Morgoth que con todas sus fuerzas intentaba penetrar el gran escudo. Solo la distancia impedía que pudiera cumplir su objetivo. Morgoth no podía moverse de su trono, una de las espadas se estaban dirigiendo hacia Mordor, y él le temía. Temía la maldición que Fëagûl había echado sobre él varios años atrás apenas llegara a la Tierra Media, y todavía no sabía donde se hallaba la otra espada, su compañera. Aún así estaba seguro de que Fëagûl no resistiría eternamente y el escudo caería al fin y al mismo tiempo el reinado de los hombres con él.
Morgoth no estaba enterado que no solo Anduril viajaba hacia el Este, Fuinmakil iba junto a ella, el arma que había sido forjada por las propias manos del sabio hechicero. Su propia arma que iba a ser blandida en su contra.
Solamente pasaron dos horas desde que Aldariel, Thirwain, Fëadîn y Eldarion se reunieran, todos estaban muy cansados, pero era hora de continuar la marcha, no sabían que tan lejos estaban los orcos que irían tras ellos y los perseguirían en todo el trayecto. Fëadîn no lograba divisarlos cerca, pero presentía que tenían que irse enseguida; y así lo hicieron.
Aldariel subió junto a Fëadîn en su blanco corcel, y Thirwain cabalgó junto a Eldarion. Aldariel y el elfo iban adelante encabezando la marcha.
-Nos hemos desviado demasiado hacia el oeste, tenemos que volver al camino, si bien no lo tomaremos porque estaríamos muy al descubierto, nos convendría avanzar cerca de las montañas, allí sería más fácil ocultarnos. Podríamos bordearlas hasta alcanzar la Puerta Negra- dijo Fëadîn a sus compañeros.
-Llevo días intentando disuadirla de ir hacia allí y tú lo propones como alternativa- le dijo Thirwain aún desechando semejante idea.
-No hay lugar donde ocultarse de Morgoth, podemos ocultarnos de sus aliados, pero jamás de él. Sería un desperdicio de tiempo entrar en Mordor, y también un suicidio, Gorgoroth seguramente estará llena de enemigos- le dijo Eldarion.
Aldariel también estaba de acuerdo así que tomaron rumbo hacia el Noreste. La marcha se hizo mucho más fácil andando a caballo, además Eldarion y Fëadîn habían traído agua y provisiones sin las cuales Aldariel y Thirwain hubieran muerto, aún si lograban escapar del ataque de los orcos.
Cabalgaron durante todo el día hasta que los caballos estuvieron exhaustos y decidieron descansar. Ya habían llegado al pie de las montañas y acamparon entre dos salientes de la misma, que a modo de pared los ocultaba y los protegía del frío.
Aldariel había estado esquivando todo el tiempo un encuentro a solas con Eldarion, trataba de no pensar en él, de no temer que le sucediera algo mientras estuvieran en esa situación. Su temor más grande era verlo morir como había visto a Fhilamir pocos meses antes. No podría resistir otro dolor semejante.
Eldarion sin embargo quería acercarse a ella, quiso que cabalgaran juntos pero Aldariel se negó; aún así no iba a dejar que esto lo detuviera. Ahora que la había encontrado no iba a dejar que se fuera otra vez.
Aldariel se acurrucó en un rincón, se cubrió con su capa raída y justo antes de quedarse profundamente dormida escuchó que alguien se acercó a su lado. No tuvo que voltearse para saber quién había sido, sin embargo esta vez nada le dijo a Eldarion y durmió tranquila hasta que amaneció.
Cuando despertó solo Fëadîn estaba allí, parado mirando el horizonte. Aldariel se incorporó sobresaltada, un gran dolor oprimió su corazón. Temió que algo hubiese ocurrido mientras dormía. Al instante le preguntó al noble elfo dónde estaban Thirwain y Eldarion.
-Fueron a recorrer los alrededores, queremos estar prevenidos y tratar de no combatir si no es necesario, nos ocultaremos de ellos si hay oportunidad.
Fëadîn notó enseguida la preocupación de Aldariel cuando le dijo esto.
-No te preocupes, ellos volverán a salvo, no tardarán mucho.
Cuando llegaron Aldariel corrió a los brazos de Eldarion con los ojos llenos de lágrimas. Él se sorprendió de su actitud, pero no pudo dejar de alegrarse enormemente.
-No vuelvas a irte sin llevarme contigo- le dijo entre sollozos- no soportaría no estar allí para ayudarte si algo te pasara.
Y desde ese momento ya no volvió a resistirse a lo que dictaban sus sentimientos. Ya había decidido que quería ser feliz los últimos días de su existencia y tal felicidad no era posible sin Eldarion a su lado.

Wednesday, March 07, 2007

El fin de la Tierra Media: Capítulo 4: "Mornie alantië"



Aldariel tomó conciencia por primera vez sobre la desesperada decisión que había tomado luego de escapar del castillo del Rey. ¿Acaso esperaba un milagro? ¿Cómo se le había ocurrido que alguien como ella podía enfrentarse a Morgoth? Gracias a un milagro ella y Thirwain se habían salvado de un ataque inesperado de los orcos la noche anterior, y ambos estaban heridos, no de gravedad, pero ya casi no tenían alimentos y aún faltaba mucho para llegar a Morannon.
Tenía muy pocos meses de práctica con la espada, continuaba ensimismada en sus pensamientos, Morgoth era el más poderoso enemigo que hubiera alguien enfrentado nunca, ella no podría con él, y lo sabía. Sin embargo estaba lista para morir, pero también estaba segura que llegaría a enfrentarse a él antes de que esto sucediera.
Todo había pasado tan rápido, hubiera querido volver a ver a Bárbol antes de irse, lo extrañaba demasiado. También le hubiera gustado volver a encontrarse con Aragorn, su padre. Recordó a la dama Arwen, no había podido hablar con ella todo lo que hubiera deseado, y su corazón enseguida le trajo a su mente los momentos con Eldarion, y esto le dolía más que todo lo anterior a la vez. ¿Por qué? ¿Por qué él tenía que ser su hermano? ¿Merecía que le sucediera todo esto? No lo había vuelto a ver desde que dejó Annuminas, pero su gran deseo de verlo se debatió con la inevitable consecuencia que surgiría si lo volvía a ver, ya no tendría fuerzas para ir hacia Mordor, se hubiera matado sin pensarlo siquiera en Minas Tirith, luego de su diálogo con Fëagûl.
Thirwain la vio sumida en sus profundos pensamientos y no la interrumpió, no quiso volver a preguntarle que era lo que la había puesto tan triste. Vendó su brazo derecho fuertemente para calmar el dolor de la herida infligida por el arma orca. Ya casi no sangraba, pero aún le dolía. Agradecía que no hubieran recibido heridas de gravedad.
Volvieron a retomar la marcha, los orcos que habían huido iban a traer más la noche siguiente y debían alejarse lo más rápido posible del lugar de la batalla. Habían caminado toda la mañana, y no descansaron sino hasta pasado el mediodía, iban a moverse durante la noche así que tomaron una siesta bastante prolongada para reponer sus fuerzas. La oscuridad del cielo hacía que ya no hubiera diferencia entre el día y la noche, los orcos deambulaban en todo momento.
Como tenían previsto, más orcos fueron enviados al área donde se encontraban. Estaban ocultos a la vista detrás de un gran matorral espinoso, pero no podrían esconderse para siempre, los orcos pasaban frente a ellos a cada instante. El matorral se encontraba rodeado, no había por donde escapar. Como no podían hablar Thirwain y Aldariel se comunicaban por señas, hacía tiempo que Aldariel quería salir y combatir, pero Thirwain no la dejaba hacerlo, y con razón, no saldrían vivos de allí si decidían o los obligaban a combatir. Estuvieron esperando mucho tiempo, hasta que vieron que unos cinco orcos se acercaban al matorral, ya no había opción, había que pelear.
Sus cuerpos estaban cansados, pero esto no les impidió ser rápidos en el ataque sorpresa a los cinco orcos que los circundaban; ante una señal de Thirwain, Aldariel y él se lanzaron sobre ellos, espadas en mano, y en unos segundos los cinco orcos yacían sin vida sobre el suelo. Al instante varios orcos más se abalanzaron sobre ellos, la batalla se desató sin pérdida de tiempo. A pesar de la gran habilidad de los dos guerreros, claramente estaban en desventaja, los orcos los superaban en número y por mucho. Aldariel y Thirwain luchaban espalda contra espalda para cubrirse. Miembros de los orcos volaban por los aires ante los mandobles desplegados por los dos solitarios combatientes, se amontonaron a su alrededor decenas de cadáveres. La batalla se prolongaba y tanto Thirwain como Aldariel se estaban cansando, sus golpes ya no eran tan certeros y sus heridas empezaban a multiplicarse si bien aún milagrosamente no tenían ninguna de gravedad.
¿Cuánto tiempo iban a soportar esta situación? Los orcos continuaban llegando por cientos, y se abalanzaban sobre ellos sin piedad. Thirwain ya no tenía casi fuerzas, ya no era joven como antes y los años lo estaba traicionando.
-Thirwain, resiste, no podemos morir aquí!- le gritó Aldariel, pero era inútil, él ya no podía seguir.
-Aldariel, no puedo resistir mucho más, vas a quedarte sola, tienes que huir mientras yo te cubro.
-No lo haré Thirwain, no voy a dejar que te maten- dijo gravemente dando una estocada a un orco que blandió su arma contra ellos.
-No seas tonta! Quieres pelear contra Morgoth o quieres morir en este lugar a manos de orcos inservibles!
Aldariel lo escuchó, no tenía el valor de dejarlo allí. Pero Thirwain tenía razón, si moría todo habría sido inútil. También sabía que no podría esperarlo, tenía que escapar.
-Yo decido cuando dejarte ¿lo recuerdas? Era nuestro trato...
Aldariel le sonrió, le dio las gracias por todo y luego corrió, corrió mucho tiempo y muchos orcos la siguieron, se alejó del lugar de la batalla y se dirigió hacia el bosque cercano que tenía frente a ella, el claro se veía inundado de orcos desde la lejanía. A pesar de que muchos la había seguido no paró de correr hasta que estuvo a resguardo en el círculo de árboles. Los orcos la estaban buscando entre los troncos, no pasaría mucho tiempo hasta que consiguieran dar con ella. Aldariel no hacía otra cosa que pensar en Thirwain, por él tenía que escapar, salir viva de allí.
Se ocultó como pudo, pero había muchos orcos buscándola, y como supuso la encontraron al fin. Una vez más blandió su espada contra los malditos, estaba cansada, y no podía huir. La hoja de Anduril se hundía en la carne de sus enemigos, pero ella también estaba siendo herida por ellos. Tenía que irse de allí, pero no había escapatoria.
Su fin se acercaba, no llegaría a la Puerta Negra, no lograría su objetivo, Morgoth se saldría con la suya: matarla antes de que pudiera enfrentarse a él. Se sentía humillada, impotente, si tan solo Thirwain estuviera con ella.
Estaba tan oscuro que no lo vio acercarse, un guerrero acudió a su ayuda, casi no se distinguía en la noche porque estaba vestido de negro y portaba una espada que Aldariel jamás había visto. Tener a alguien que la estaba ayudando le dio fuerzas, todavía había esperanzas. Los orcos fueron muertos poco a poco, hasta que el último fue aniquilado por el misterioso guerrero vestido de negro. Portaba una gran espada que refulgía con una luz blanca en la noche. El guerrero retiró su capucha y Aldariel no pudo contener sus lágrimas de alegría. Corrió hacia él y lo abrazó en un impulso inconsciente. Luego se alejó de él tan rápido como se había acercado.
-¿Estás bien?- le preguntó Eldarion mirándola fijamente.
Aldariel tenía su vestido y capa desgarrados, manchas de sangre y suciedad la cubrían, su rostro tenía marcas de la batalla, y su pelo aún brillante estaba revuelto sobre sus hombros. Estaba cansada pero erguida, y sus ojos verdes tenían el mismo fulgor de siempre.
-Sí. Son solo heridas superficiales- le contestó desviando la mirada, mientras enfundaba a Anduril- muchas gracias por tu ayuda, pero de aquí en más prefiero seguir sola. Tengo que ir a buscar a Thirwain.
-Él está con Fëadîn quien está curando sus heridas, por suerte llegamos a tiempo para auxiliarlo. Y no pienses que voy a dejarte seguir sola, necesitas ayuda, y yo puedo dártela, sabes que no voy a irme aún cuando me lo pidas.
Aldariel sabía que hablaba en serio, no iba a poder disuadirlo de seguirla. Tenía tantas ganas de abrazarlo otra vez, pero su mente contradecía su corazón. A Eldarion sin embargo no le importaba y se acercó a ella para tomar su mano. Aldariel no lo dejó.
-No hagas que las cosas sean más difíciles, Eldarion.
Pero él no le hizo caso y la besó apasionadamente. Aldariel no pudo resistirse ni tampoco quería hacerlo. Lo amaba demasiado. Y mientras se fundían en ese beso las lágrimas recorrían su rostro.
-No me interesa si somos hermanos, Aldariel, te amo y eso es lo único que me importa.
Las lágrimas de Aldariel manifestaban tanto su tristeza como su alegría. Estaba muy confundida. La aparición repentina de Eldarion no la había dejado reaccionar. Además ahora le debía su vida.
-Tenemos que irnos, sé que estás cansada, pero serán mil en solo unas horas, debemos marchar hacia el Norte y ocultarnos antes de poder descansar. Fëadîn y Thirwain nos esperan cruzando el bosque- al instante Wildstorm apareció a un silbido de Eldarion. Él montó sobre su grupa y ayudó a Aldariel a subir.
-Tuve que matar a Crosswind- dijo y el momento volvió nítido a su memoria, unas lágrimas rodearon sus pálidas mejillas- el dragón blanco de Angmar lo hirió y no podía dejarlo allí sufriendo.
-Entonces... fuiste tú la que acabó con él...- dijo sorprendido.
-No hubiera podido si Thirwain no hubiera estado conmigo. A él también le debo mi vida.
Cruzaron el bosque en silencio, la noche cayó con toda su furia, casi no se distinguían las figuras, a lo lejos la noche impedía toda visión. Aldariel estaba aferrada a la cintura de Eldarion, su mente era un remolino de sensaciones y pensamientos, estaba cansada y se apoyó sobre la espalda de su salvador. Un brillo se distinguió a lo lejos, era la espada de Thirwain, que cual luz incandescente intentaba iluminarlos para que Eldarion los viera desde el lindero del bosque.
-¿Cómo está la princesa?- le preguntó Thirwain preocupado.
-Solo está dormida- le respondió Eldarion- estaba exhausta por la batalla, creo que no podremos partir todavía...
-Hay tiempo hasta el amanecer, descansemos unas horas- dijo Fëadîn y al instante se sentó y comenzó a tallar unas ramas que había encontrado con su puñal élfico para construir algunas flechas, había perdido varias de las que tenía en su afán de cubrir a Eldarion cuando se lanzó contra los orcos que atacaban ferozmente a Thirwain. No podían arriesgarse a hacer una fogata, pero su vista privilegiada le permitía ver en la noche aún cuando nada podía distinguirse alrededor.
Eldarion se quitó su capa, la colocó sobre Aldariel para cubrirla del intenso frío y se quedó a su lado para protegerla de cualquier ataque inesperado. Thirwain se recostó contra el tronco de un árbol y se echó a dormir.