El fin de la Tierra Media: Capítulo 5: "Frente a la Puerta Negra"
La mañana estaba tranquila, quizás demasiado. Mordor parecía desierto, ningún lúgubre sonido se escuchaba desde detrás de las montañas escarpadas de Ephel Duath. No les faltaba mucho a los cansados viajeros para llegar a la Puerta Negra y sin embargo no se habían encontrado con ningún enemigo en los últimos días.
-Esto solo puede significar una cosa- dijo Fëadîn con un triste semblante.
-Están atacando Minas Thirith- dijo Eldarion- debemos apresurarnos, estoy seguro que Morgoth no se movió de su trono en Barad-Dûr.
Siguieron avanzando lo que restó del día sin descanso, la noche cayó sobre ellos tan negra que no podían ver ni a unos pasos de distancia. Se mantuvieron juntos y trataron de moverse lo más sigilosamente que pudieron, el silencio era total en la noche.
Bordearon las montañas hacia el norte, caminaron y caminaron por esas eternamente desérticas tierras. A su izquierda se encontraba el camino, en días anteriores transitado sin cesar, sin embargo ahora ya nadie iba o venía por allí. A su derecha la gran pared amenazadora que los separaba de las tierras malditas. Al día siguiente, cerca del ocaso, habrían llegado a su destino. Como un murmullo se escuchaba lejano el paso acelerado del Río Anduin corriendo hacia el encuentro del gran mar.
Aldariel cabalgaba junto a Eldarion esta vez. Fëadîn y Thirwain notaron en ellos la majestad de los antiguos reyes, los dos altos y orgullosos, con su semblante clavado en el Norte y sin siquiera dudar de la empresa que estaban por emprender. Sin embargo una gran tristeza les empalidecía sus rostros altivos, esa gran tristeza que se convertía en fuerza para seguir avanzando.
La comunidad había decidido hacer un alto para descansar, solo habían dormido un par de horas, cuando a la medianoche todos se despertaron sobresaltados. Las montañas parecían venírseles abajo, una gran risotada se escuchó por encima de las montañas que hizo doler sus oídos, Morgoth estaba feliz y esto no podía augurar nada bueno, decidieron una vez más ponerse en camino sin demora y apresurar la marcha.
La noche terminó al fin y dio inicio un día sin luz, las nubes negras ahora eran muy densas y casi no dejaban penetrar los cálidos rayos del sol.
Morgoth decidió enviar lo poco que quedaba de su ejército en Mordor a la Puerta Negra, unos 200 orcos que serían suficientes para destruir a los cuatro intrusos que intentaban entrar a su tierra. Un elfo negro de los bosques del Norte, un hombre viejo, la hija menor del Rey y su príncipe heredero. Qué alegría le daba el solo hecho de poder matarlos y enseñárselos al Rey personalmente. Pero no entendía cómo ambos podían estar vivos, había mandado a buscar a todos los niños de Gondor. Eldarion tendría más de dos años en ese entonces... pero Aldariel solo había visto un invierno...
No había nada que temer, la espada negra no había aparecido y Anduril estaba sola.
Cabalgaron sin descanso hasta que el sol comenzó a desfallecer, se ocultaba ya en el mar a lo lejos, tiñendo suavemente los cielos incorruptos. La comunidad no pudo apreciar el último ocaso, las nubes les impedían toda visión a lo lejos. La oscuridad se cernía sobre ellos. Llegaron al fin a la Puerta.
-Thirwain, Fëadîn, aún están a tiempo de desistir, no los obligaré a acompañarnos a una batalla sin retorno- les dijo Eldarion a ambos.
-Ya has escuchado mis palabras Eldarion, no me iré sin antes haber derrotado a Morgoth con lo que queda de mis fuerzas- fueron las palabras de Fëadîn.
-En mi caso prometí no dejar a la princesa hasta que mi voluntad así lo quisiese, y no es este el momento en que la abandonaré.
Aldariel los miró con los ojos llenos de lágrimas pero una sonrisa iluminó su rostro. Al instante se volvió hacia la Puerta Negra y desenfundó a Anduril. Con su espada en alto pronunció estas palabras:
-Morgoth, Melkor, o cualquiera sea tu nombre! Hemos venido a destronarte! Sal y pelea conmigo!
Morgoth comenzó a reírse sin cesar, Aldariel ardía en furia. Cuando calló, fue Eldarion el que habló:
-Anduril no está sola! Esta espada maldita, Fuinmakil, combatirá a su lado!- y al instante desenfundó la espada negra forjada con los trozos de la misma espada de Morgoth.
Morgoth no rió esta vez ¡la espada negra! Tanto tiempo la había buscado y no logró dar con ella, ahora sabía la razón, el heredero del rey la había encontrado antes. Aún así, la maldición de Fëagûl no iba a lograr amedrentarlo. Él iba a pagar por lo que había hecho.
El silencio reinó esta vez y la Puerta comenzó a abrirse lentamente, los orcos estaban alineados ordenadamente detrás. Cuando la puerta se abrió del todo los orcos esperaban la señal de Morgoth.
-¿Esto es lo que nos envías Amo Oscuro? Si no sales iremos por ti!- lo desafió Eldarion.
Al instante una intensa luz iluminó la noche eterna. De la reconstruida torre de Barad-dûr una columna de fuego abrió las nubes oscuras del cielo. Al instante los orcos se lanzaron contra los cuatro enemigos, no había escapatoria, ni tampoco querían escapar. ¿Cuánto tiempo podrían resistir?
Las flechas de Fëadîn buscaron objetivos y todos fueron certeros, ninguna flecha fue desperdiciada por el noble elfo. Thirwain desenfundó su espada y comenzó a derribar orcos a diestra y siniestra, ya estaban rodeados cuando Fëadîn tuvo que desenvainar su espada, todas sus flechas ya habían encontrado un blanco.
Eldarion y Aldariel estaban juntos y Anduril brilló con la luz del fuego de Morgoth. Con cada estocada derribaba más de un orco, y los que no morían quedaban inútiles para combatir porque les faltaba algún miembro. Eldarion blandió por segunda vez a Fuinmakil, ésta parecía seguir todas sus órdenes, con una llama blanca relucía y los orcos tuvieron miedo de ella. Las dos espadas parecían invencibles y esto les dio fuerza a los solitarios guerreros.
Estaban cansados pero poco a poco los orcos fueron reducidos a la mitad, Morgoth estaba furioso. Lo menos que esperaba era tener que combatir él mismo en la guerra, no quería rebajarse a pelear con ellos, pero lo estaban obligando a dejar su trono.
En plena contienda los orcos retrocedieron, la tierra bajo sus pies comenzó a retumbar, un sonido metálico llegaba desde detrás de las montañas. Frente a ellos apareció un terrible guerrero en armadura negra, cuya estatura doblaba la de cualquiera de sus oponentes. En sus dos manos sujetaba un gran martillo, no era antiguo, había sido construido recientemente, también era negro y su circunferencia podía aplastar con un solo movimiento a cualquier enemigo.
Eldarion hizo una señal a Fëadîn y Thirwain. Los dos retrocedieron, iban a cubrir a Aldariel y a él de los orcos que ahora se encontraban todos detrás de ellos. Morgoth se encontraba al frente de espaldas a la gran puerta. Un silencio de muerte cayó sobre el terreno de la batalla y Morgoth habló:
-Este es el martillo que he forjado yo mismo en los fuegos eternos del Monte del Destino y nadie puede destruirlo, hasta ahora no ha probado la sangre de ningún hombre, ustedes serán los primeros- dijo señalando a Aldariel y a Eldarion.
Al instante dio un golpe al suelo y una grieta se abrió frente a él, era tan profunda que no alcanzaba a verse el fondo. Aldariel y Eldarion quedaron separados, uno a cada lado de la abertura. El siguiente golpe se dirigió directamente hacia Eldarion, quien detuvo el martillo con la espada. Aldariel llamó a Wildstorm que se encontraba desorientado a unos pasos de ella y retrocedió en dirección contraria a la grita, luego dirigió al corcel hacia la brecha a toda prisa y lo obligó a saltar.
-Esa espada no te pertenece, ¡ahora la devolverás a su dueño!- la voz de Morgoth retumbó en el aire y volvió a golpear a Eldarion y esta vez casi logra su objetivo, pero Aldariel sobre Wildstorm detuvo el golpe justo a tiempo con Anduril.
La furia de Morgoth se acrecentaba, el siguiente ataque se dirigió a Aldariel, una lanza plateada de Mithril forjada grácilmente por manos élficas en tiempos remotos fue blandida por el Amo Oscuro. Fëadîn reconoció de inmediato esa obra de artesanía perfecta, era de su hermano caído en batalla en la derrota de Rhovanion.
Morgoth arrojó la lanza de forma certera contra Aldariel quien blandió a Anduril y logró desviarla. La lanza se clavó en el suelo a unos pasos de distancia. Pero al desviar la lanza Aldariel no vio venir al gran martillo y una grieta profunda se abrió bajo sus pies. Wildstorm cayó al abismo y así culminó su tarea en este mundo.
Aldariel logró asirse con una mano antes de caer junto a él. Eldarion fue rápidamente hacia ella para ayudarla. Morgoth se reía y blandió su martillo con ambas manos hacia el cuerpo de Eldarion para hacerlo caer junto a ella. Pero tal no fue el destino, pues la lanza plateada le fue arrojada desde lejos y se clavó en su hombro derecho. Fëadîn se lamentó pues el cuello había sido el blanco. Pero este acto había salvado a los dos príncipes quienes ahora estaban ambos parados frente al gran guerrero quien se quitó la lanza del hombro y nuevamente se alistaba para volver a arrojarla, su blanco ahora era Fëadîn. La lanza en su trayecto atravesó varios orcos y por último atravesó el costado del valiente elfo quien cayó herido. Thirwain fue en seguida a su lado a derribar a los orcos que querían rematarlo. Allí combatió duramente para protegerlo.
Aldariel y Eldarion decidieron atacar juntos esta vez. Ambos se arrojaron contra Morgoth en un intento desesperado por salvar a sus amigos. Anduril y Fuinmakil brillaron juntas, ambas resplandecían con un halo plateado a su alrededor.
Morgoth blandió el martillo por última vez, Fuinmakil cortó la mano que lo sujetaba. Morgoth estaba desarmado y Anduril atravesó su pecho. La armadura era muy resistente y aún así la espada logró penetrarla. Sin embargo Morgoth todavía estaba vivo. Con su mano izquierda recuperó el martillo y lo arrojó contra Aldariel, ella esquivó el golpe arrojándose al suelo, pero no pudo evitar que le diera en una de sus piernas. Un grito de dolor salió de su boca, la sangre manaba de la herida que había recibido.
Morgoth se alegró enormemente y arrojó un furioso ataque sobre Eldarion. Anduril estaba a pocos pasos y Aldariel se arrastró para poder recogerla. Morgoth arrojó un golpe al brazo de Eldarion que sujetaba la espada y lo dejó inutilizado. Ahora estaba desarmado y Morgoth volvía a atacarlo, esta vez para destruirlo.
Pero Aldariel ya tenía en sus manos nuevamente la espada y la arrojó hacia Morgoth. Un aullido prolongado hizo quebrar la cima de uno de los montes de Ered Lithui. Las piedras resbalaron por la pendiente haciendo un gran estruendo. Anduril se alojó en la espalda del poderoso enemigo. Eldarion recogió rápidamente a Fuinmakil que estaba clavada en el suelo a su lado y la arrojó al pecho de Morgoth.
El suelo tembló, un viento se levantó repentinamente, las nubes se agitaron en el firmamento. Una luz plateada salió de las heridas que había recibido Morgoth y como si nunca hubiera existido el mal, se desintegró en polvo negro. La pesada armadura cayó al suelo sin dueño y el martillo se quebró en dos. Los pocos orcos que no habían sido destruidos escaparon hacia Rhûn.
Thirwain cayó al suelo de rodillas, exhausto, Fëadîn se encontraba a su lado, herido pero con vida.
-Todo terminó amigo, lo han logrado- le dijo Thirwain casi en un susurro. Fëadîn sonrió feliz y luego cerró los ojos.
Eldarion caminó hacia Aldariel que estaba acostada sobre la tierra yerma de Dagorlad. Se arrodilló a su lado, sujetando su brazo herido para que dejara de sangrar.
-Estás herido...- logró decirle Aldariel, estaba muy cansada.
-No es gran cosa ¿tú estás bien?
-No es gran cosa- le dijo sonriendo y lo abrazó con fuerza.
El campo de batalla estaba sembrado de orcos, Mordor estaba desierto, el mal había sido destruido, ahora los pueblos libres podrían comenzar de nuevo. Las nubes negras retrocedieron y el amanecer nació sin sombras.
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