El fin de la Tierra Media

Dedicado a mi amigo Emiliano -Fëadîn el elfo austral-

Monday, July 17, 2006

El fin de la Tierra Media: Capítulo 2: "La verdadera alianza"



Aldariel despertó de su largo sueño, se encontró en una habitación que no conocía, estaba toda adornada de blanco, una ventana estaba abierta y las montañas se veían a través de las cortinas mecidas por el viento. El lecho donde estaba era mucho más grande que en el que ella había dormido cuando llegó a Annuminas, era cómodo y confortable y un lienzo blanco lo cubría. De pronto recordó la batalla y se sobresaltó. Se levantó y vio que al lado suyo estaba la dama Ëarwen.
-Al fin has despertado- le dijo con una sonrisa- has dormido por dos días seguidos.
-¿Dormí dos días? ¡Eldarion! ¿Está bien Eldarion?
-Mi hermano está bien, le dije que fuera a descansar un poco, estuvo junto a ti todo este tiempo y necesitaba reponer fuerzas.
-Pero... ¿y la batalla?...
-Hubo muchas pérdidas...- dijo con un triste semblante- sin embargo la gente del pueblo aún está con vida, el refugio que se construyó debajo del castillo los protegió. Todo menos el castillo está destruido...
-La Comarca también fue destruida... no pudimos detener a los orcos- dijo sintiéndose terriblemente culpable.
-Ya recibimos las noticias, lo acontecido ya no tiene remedio...
-Quiero visitar la tumba de Fhilamir- dijo con un gran dolor en su pecho.
-Está bien, yo te llevaré.
Ëarwen condujo a Aldariel hasta la tumba donde descansaba Fhilamir, allí a sus pies se encontraba Faragond, su semblante estaba muy triste y apoyó un ramo de flores blancas sobre la tierra aún humedecida. Aldariel se arrodilló a su lado y la dama Ëarwen se marchó. Ambos se quedaron en silencio un momento hasta que Faragond dijo:
-No ha sido justo el destino, pero cumpliré el último deseo de mi hermano- dijo mirando a Aldariel.
-Y yo voy a ayudarte a que se cumpla- dijo con los ojos llenos de lágrimas- me convertiré en la mejor guerrera que haya pisado jamás la Tierra Media.
Ahora Faragond lloraba pero también sonrió al oír sus palabras.

La primavera llegó al fin. Los hielos de las colinas comenzaron a derretirse y a deslizarse por las laderas y desembocaban con delicadeza en el gran lago. Las orillas del mismo se encontraban cubiertas de flores de todos los colores y tamaños. La belleza del lugar había aumentado y sería perfecta sino fuera porque la gente que vivía en Annuminas se había marchado al sur por orden del rey. Solo permanecieron allí los soldados de la guardia real. Faragond ocupó el lugar de Fhilamir, comandaba la guardia y también se encargó del adiestramiento de Aldariel, tal como se lo había prometido a su querido hermano.
Aldariel ya manejaba la espada perfectamente, y estaba decidida a irse en pocos días hacia el sur a ver a su padre Bárbol para cumplir su promesa. Extrañaba mucho a sus amigos los Ents y añoraba volver a ver el hermoso bosque donde viviera de niña.
Mientras el Rey pensaba que era necesario formar una verdadera alianza y reunir a todas las razas de la Tierra Media para derrotar al Amo de Sauron. Melkor no había vuelto a atacar el norte pero una gran nube negra sobre las montañas de Angmar no auguraba nada bueno. Sabía que hacia el este y cerca de lo que había sido el bosque negro se encontraba la morada de los elfos, aunque era muy difícil encontrarlos allí, ya que siempre viajaban hacia los cuatro puntos cardinales. Muchos elfos no habían ido al Oeste y decidieron permanecer en la tierra que habían nacido y que amaban, Legolas era uno de ellos. No habían partido hacia los puertos grises y estaban dispuestos a luchar contra quien atacara sin piedad su amado hogar. Todos estaban comandados por la única hija de Elrohir, su nombre era Luiniel, y al ser descendiente directa de Elrond se convirtió en la líder de todos los elfos que permanecieron en las tierras del este. Sus ojos eran negros como las nubes que anuncian la tormenta y su cabello era más negro aún. Tenía el cabello corto, a la altura de los hombros y era de elevada estatura. Su arco era llamado "el anuncio de la sangre" porque nunca había errado ningún objetivo que alguna de sus flechas disparadas se hubiera propuesto. El Rey decidió que enviaría a Eldarion en busca de Luiniel para formar una posible alianza con los elfos.
Al mismo tiempo en que partiría Eldarion también lo haría Gimli quien iría en busca de los enanos hacia la montaña solitaria donde se encontraban morando en ese momento sus parientes y amigos.
Aldariel se encontraba sola en el campo de entrenamiento del castillo practicando los movimientos que ese día le había enseñado Faragond, la luz del sol todavía iluminaba la tierra, pero no tardaría en llegar el atardecer. Fëagûl estuvo observándola un tiempo hasta que decidió hacerse ver.
-Fëagûl... No había notado tu presencia.
-Nadie puede hacerlo- sonrió orgulloso, Aldariel también le sonrió- ¿irás al sur, verdad? Y supongo que será para tomar la espada ¿no es así?
-¿Cómo lo supiste? A nadie le dije sobre mi espada...- dijo Aldariel sorprendida.
-Porque yo puedo saber todo lo que ocurrió, lo que ocurre y algunas cosas que ocurrirán.
-Eres una persona misteriosa Fëagûl, pero no sé por qué razón confío mucho en ti. Es verdad, voy al sur en busca de mi espada.
-La espada que guardas es una espada muy antigua, no la vayas a perder.
-No lo haré, es lo único que me une a mi pasado, y quiero mucho a esa espada desde el día que mi padre me la enseñó, no voy a perderla por nada de este mundo.
Y Fëagûl pensó para sí: "Eso mismo dijo una vez la persona que la perdió hace ya mucho tiempo..."

El día anterior a la partida Aldariel se encontraba sentada junto al lago observando el arroyo que se había formado por el deshielo y que corría directamente hacia el lago bañando la hierba verde a su paso.
-No debes descuidar tu espalda.
Aldariel se volteó hacia Eldarion quien estaba apuntándole con su espada dorada, que a pesar de haber tenido muchas batallas estaba intacta y sin magulladuras. Ella con un rápido movimiento desenvainó su acero, desarmó a Eldarion y le apuntó al corazón.
-Y tú no debes confiarte demasiado- le dijo sonriendo dulcemente.
-Quería que vinieras conmigo hacia el este...
-Me encantaría ir contigo Eldarion, pero tengo algo importante que hacer, es una promesa que le hice a mi padre y tengo que cumplirla. Me duele separarme de ti, pero no puedo escapar de mi destino, necesito esa espada para combatir, es parte de mi pasado y sé que es importante que vaya a buscarla sin demora.
-Entonces tendrás que cumplirme una promesa. Si la cumples yo también la cumpliré mientras esté con vida.
-La que quieras.
-Si nos volvemos a encontrar quiero que nunca te vuelvas a separar de mí ¿lo prometes?
-Es una promesa muy sencilla de cumplir- le dijo y lo abrazó con ternura- cuídate mucho, porque sino cumples tu promesa jamás te perdonaré- le dijo con sus ojos llenos de lágrimas. Eldarion la besó dulcemente y ambos se quedaron allí hasta que las estrellas se asomaron sobre el negro firmamento.
Todo estaba listo para el día siguiente, y apenas el sol se asomó desde el este los viajeros tomaron su rumbo, Aldariel iría sola hacia el sur ya que no consintió que nadie la acompañara y Gimli y Eldarion irían hacia el este para cumplir su misión.
-Los orcos buscarán venganza padre, trataré de volver lo antes posible con buenas nuevas.
-Si los orcos vuelven los recibiremos como se lo merecen, no deben preocuparse por nosotros, el Norte no caerá. Ustedes son los que deben cuidarse, no es bueno que vayan solos, pero si así lo quieren, así será.
-Yo ya he recorrido el camino una vez y lo conozco muy bien, no tendré inconvenientes y llegaré al bosque de Farngorn sin problemas. Estoy segura que mis amigos los Ents se unirán a la batalla.
-Eso sería de mucha ayuda- dijo Gimli con un brillo en sus ojos recordando las antiguas hazañas de los Ents tiempo atrás.
-Nos volveremos a encontrar- dijo Aldariel y se alejó rápidamente hacia las colinas sobre su fiel compañero Crosswind, hacia el sur.
Eldarion sin embargo siguió el camino del río y se encaminó hacia las montañas nubladas en busca de la morada de los elfos cabalgando sobre Wildstorm. Gimli iba detrás de él pero a pie por lo que al poco tiempo perdió de vista a Eldarion y por muchos días no lo volvió a ver.
El sol los acompañó con sus rayos durante todo el día, la primavera había llegado con todo su esplendor a la Tierra Media y el odio de Morgoth se había incrementado con ella. Sobre las montañas de Angmar y las tierras de Mordor grandes nubes negras se alzaban durante todo el año, allí nunca llegaba la primavera, y en el año que corría esas nubes iban creciendo cada vez más, por el norte se extendieron sobre todo el Bosque Negro y las Montañas Nubladas y hacia el sur habían llegado hasta el Gran Mar y continuaban haciéndose cada vez más grandes y cubriendo cada vez más terreno.
Pasaron varios días y faltaba poco para que Aldariel llegara al bosque de Farngorn, a medida que se acercaba su corazón latía más aprisa. Extrañaba mucho a los Ents, hacía varios meses que se había ido hacia el Norte y muchas cosas habían sucedido desde entonces, añoraba hablar con Bárbol y contarle todo lo que le había pasado, tanto las cosas buenas como las malas.
Sin embargo antes de cruzar el río Isen vio algo que la dejó mucho más asombrada que cualquier otra cosa que pudiera haber visto. Una columna de orcos que se dirigía directamente hacia ella estaba comandada por hombres. Aldariel terriblemente confundida se dirigió rápidamente hacia las montañas en vez de ir hacia el paso para esquivar a los enemigos. Diez hombres iban encabezando la fila, todos ellos tenían el cabello color gris, pero eran jóvenes como ella. Y cuando se acercaron más hacia el paso cerca de donde Aldariel se había refugiado vio que sus ojos eran de un extraño color rojo y que brillaban como el fuego. Jamás había visto hombres así, y tampoco había visto orcos semejantes. Se preguntaba quienes serían aquellos seres. Con cuidado y sin que notaran su presencia se adentró hacia el sur de las montañas nubladas para poder llegar a Farngorn sin que la descubrieran. Mientras las tropas de Melkor se dirigían desde el oeste hacia Gondor.