El fin de la Tierra Media

Dedicado a mi amigo Emiliano -Fëadîn el elfo austral-

Monday, April 07, 2008

El fin de la Tierra Media: Capítulo 5: "La última defensa"



Era pasado el mediodía cuando las puertas de Minas Tirith se cerraron. Mientras Fëagûl ponía a prueba su resistencia contra el Amo de la Sombra las Casas de Curación estaban en total actividad abarrotadas de heridos, gente que iba y venía trayendo agua, paños, vendas y también hierbas que ayudarían a aliviar a los enfermos. Luiniel y otros elfos más ayudaban a las pocas enfermeras que no eran suficientes.
En el primer nivel, esperando la hora funesta se encontraba el Rey Elessar y todos sus soldados preparados para cuando el poder de Fëagûl cediera ante el poder de Morgoth. Recuperaron fuerzas comiendo algunas escasas provisiones, quizás las últimas que tendrían antes del fin.
-¿Cuánto tiempo más tendremos que esperar?- dijo Gimli con gran impaciencia- ¡No soporto más este sitio! ¿por qué no salimos a combatir? Es inútil ocultarse, Fëagûl no resistirá para siempre.
-Tenemos que resistir el mayor tiempo posible, amigo- le dijo Legolas tranquilamente- Gandalf así lo hubiera hecho. Además todavía tenemos una esperanza. Lúthien y Eldarion están cerca de Mordor, puedo sentirlo.
-A Gandalf es a quién necesitamos, él sería de gran ayuda en estos momentos. Y si Aldariel y Eldarion están cerca de Mordor como dices eso me deja aún más preocupado.
Los campos del Pelennor estaban infestados de enemigos, lo que una vez fuera hierba verde ahora era un suelo pútrido pisoteado con fuerza por los orcos desesperados por hacer correr la sangre de Gondor. Los muros que rodeaban el Pelennor habían sido derribados por completo por trolls de las cavernas. La última ciudad libre sería destruida si Minas Tirith caía ante la embestida.
Y sucedió que a la medianoche Morgoth pudo cumplir con su deseo y Fëagûl cayó desvanecido sobre el suelo de piedra de la torre en la que se hallaba desplegando el conjuro protector. Entonces fue como oír una melodía fúnebre y lágrimas incontables fueron derramadas sobre las escaleras de mármol blanco.
Ardua fue la batalla en Minas Thirith cuando cayó el muro protector de Fägûl. En ese mismo momento los trolls se abalanzaron sobre la gran puerta y comenzaron a romperla a garrotazos. Y Melkor rió tan fuerte que su voz recorrió los cielos desde Mordor hasta la Ciudad Blanca. Y esa fue la risotada que escucharan Aldariel, Eldarion, Thirwain y Fëadîn antes de llegar a la Puerta Negra y con la que despertaron sobresaltados.
El Rey estaba a caballo y junto a sus soldados se preparaban para detener a los vasallos de Morgoth detrás de la puerta principal de la ciudad el mayor tiempo posible, y no pasó mucho hasta que lograron derribarla y un combate encarnizado se desató al instante. Orcos sobre grandes lobos y trolls de las cavernas pasaron la puerta como una creciente del río Anduin en primavera.
En el segundo nivel Eömer observaba entristecido la batalla. Aragorn le había ordenado esperar, el primer nivel se abarrotaría de orcos en muy poco tiempo y todos se retirarían cuando ya no hubiera posibilidad de seguir el combate allí. La estrategia era simple, subir uno a uno los niveles de la ciudad para ganar tiempo.
Las espadas desenvainadas de los guerreros relucían como relámpagos en la noche oscura. Puntos de luz llameantes brillaban en los campos del Pelennor una vez más tomado por las fuerzas enemigas, eran las antorchas de los sirvientes de Melkor y parecían no tener fin a lo lejos.
El ataque pudo ser resistido en un principio, pero luego de los orcos y los trolls llegaron los hijos del Amo Oscuro. Los hombres de cabellos plateados y ojos como el fuego. Mataron a muchos guerreros valientes y Aragorn peleó con el jefe de todos ellos, el mismo que había enfrentado Aldariel en Osgiliath.
Era un guerrero temible y las espadas de ambos resonaron con un ruido estridente cuando chocaron en el aire. Jamás Aragorn había enfrentado a un adversario tan terrible pero no temió. Lo enfrentó con valor y a pesar de la diferencia de poder que había entre ellos no se inmutó. Cabalgó hacia él y lo atacó de frente, pero su adversario logró arrojarlo de la montura. Un troll dio un garrotazo al suelo donde Aragorn había caído pero éste lo esquivó en el último segundo.
El primer nivel ya estaba plagado de enemigos cuando Aragorn ordenó la retirada al segundo nivel. Las esperanzas de vencer eran cada vez menores. Pero a pesar de la desesperanza que reinaba entre los guerreros no cesaron de blandir las armas y en su retirada mataron a gran cantidad de orcos.
Al amanecer del segundo día de la batalla, cuando todo parecía terminar al fin, cuando flaqueaba la fortaleza de los hombres libres, Eömer divisó a lo lejos hacia el norte algo que lo dejó sin palabras, eran árboles, árboles que se movían y se dirigían hacia la ciudad. Una gran alegría brotó de sus corazones, porque lo que el Rey de Rohan había visto no eran árboles sino Ents del bosque de Farngorn dirigidos por Bárbol que se acercaban a la ciudadela y aplastaban gran cantidad de orcos bajo sus nudosos pies.
En ese momento la esperanza renació para los cansados guerreros. Todos los Ents habían dejado Farngorn y habían marchado a la guerra. Cuando todos estuvieron en los campos del Pelennor muchos orcos fueron muertos. Varios intentaban hachar los pies enraizados de los Ents pero solo lograban ser aplastados por ellos.
Mientras la masacre de los hijos de Morgoth continuaba. Y fue inútil intentar detenerlos, poco a poco el combate se fue trasladando hacia los niveles más altos de la ciudad. Casi no quedaron soldados para defender el último nivel. El tercer día Aragorn había logrado detener a los hombre de ojos de fuego en el sexto nivel, pero una vez que hubieran derribado la última puerta sería el fin. Entonces así habló a sus hombres al atardecer de ese mismo día cuando la noche ponía fin a la última luz:
-Grandes han sido nuestros esfuerzos y grandes nuestras pérdidas, quizás este sea el último atardecer que logremos ver, pero no moriremos sin pelear! No sin que alguno de los hijos de Morgoth pruebe el acero de nuestras espadas!
Los pocos soldados que habían sobrevivido al duro embate de las fuerzas del Amo Oscuro estuvieron de acuerdo con Aragorn y levantaron en alto sus espadas al brillo de las primeras estrellas.
Poco después de que Aragorn concluyera con sus palabras un ejército de orcos y hombres de Morgoth había conseguido subir al último nivel. La plataforma que conducía a la sala del rey estaba comenzando a llenarse de enemigos. Una épica batalla se avecinaba entre los hijos de Morgoth y los hijos de Númenor.
Aragorn estaba al frente de los pocos soldados que quedaban en pie. El líder de los hijos del Amo Oscuro se dirigió hacia Aragorn y éste lo miró fríamente, desenvainó su espada y esperó el ataque. El hombre asestó tan terrible golpe que Aragorn cayó hacia atrás cuando intentó defenderse. Se levantó rápidamente antes de que un orco lograra partirle la cabeza con su cimitarra negra. Aragorn mató al orco y no vio venir el siguiente ataque del hombre que lo había derribado. La espada se dirigió directo a su corazón y Aragorn pensó que era su fin pero alguien se había interpuesto en el camino de la espada enemiga. Faragond se arrojó con su cuerpo contra el arma del hijo de Morgoth para proteger a su Rey y murió al instante. Aragorn no tuvo tiempo de llorarlo como hubiera querido porque un segundo ataque se dirigió contra él nuevamente. Pero ahora los ojos de Aragorn brillaban intensamente, como pocas veces lo habían hecho desde que combatiera frente a la Puerta Negra. Se abalanzó contra el hombre de grises cabellos y lo atravesó con su espada. Los ojos del hombre se apagaron de inmediato y quedaron de un color gris ceniciento y sin vida. Los orcos retrocedieron viendo morir a su líder, pero al instante un nuevo hombre de ojos de fuego tomó el lugar del anterior y todo siguió como antes.
Una gran columna de luz de fuego surgió de Barad-Dûr y todos creyeron que por fin la agonía terminaría, que iban a abandonar la Tierra Media para siempre para dirigirse hacia un lugar desconocido junto a sus camaradas y amigos muertos en batalla. La muerte había ido a buscarlos a todos.
Pero este pensamiento los hizo combatir más valerosamente que nunca, si iban a morir que fuera con honor y gloria.
Casi no quedaban guerreros de Gondor para continuar la batalla. Allí estaba Faramir herido por un hijo de Morgoth en el brazo izquierdo y blandiendo su espada con la mano derecha, Eómer de la Marca estaba junto a él. Galinor lloraba aún la pérdida de su gran amigo Faragond y combatía al lado de su cuerpo para que no fuera profanado. Gimli y Legolas se cubrían las espaldas mutuamente y Aragorn blandía una vez más su espada contra el nuevo líder. Y allí también estaba Fëagûl ayudándolos y dándoles ánimo para continuar.
La batalla continuó hasta que poco antes del amanecer una luz plateada surgió del este adelantando el nuevo día. De inmediato todos los hombres de cabellos grises cayeron al suelo sin vida, y todos supieron que Morgoth había muerto.
Aldariel y Eldarion habían logrado la hazaña más imposible realizada jamás, habían destruido al maligno Ainur, Melkor ya no existía en la Tierra Media.
Los orcos asustados por la luz argenta y la cercanía del sol comenzaron a abandonar la ciudad e invadieron los campos del Pellenor. Pocas horas más tarde solo los cuerpos de los orcos y los guerreros de Gondor quedaban allí. Algunos trolls que no pudieron huir a tiempo ahora eran estatuas de piedra a la luz del nuevo día. Y los Ents volvían otra vez al bosque de Farngorn.

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