El fin de la Tierra Media

Dedicado a mi amigo Emiliano -Fëadîn el elfo austral-

Wednesday, July 04, 2007

El fin de la Tierra Media: Capítulo 5: "El gran ejército de Mordor"

Me pregunto si después de tanto tiempo alguien seguirá viendo esto, pero bueno, en fin, soy fan de andar subiendo cosas a la red ^_^
Este es el último capítulo de mi historia (faltarían solo tres posteos más para el final), si hubo alguien ahí que lo siguió les agradezco mucho y sino bueno, quizás algún día alguien lo encuentre y lo quiera leer así que lo voy a publicar completo :P

Hasta la próxima!!





CAPITULO 5


"El gran ejército de Morgoth"


Habían pasado solo cinco días desde la finalización del concilio. El sol calentaba la fría mañana que anunciaba un crudo invierno. La última ciudad libre estaba desierta, solamente soldados armados de espadas, lanzas, hachas, escudos, arcos y flechas y cubiertos de pies a cabezas de gruesas y finamente forjadas armaduras y cotas de maya, circulaban las pequeñas callecitas de piedra.
El Rey recibió a uno de sus mensajeros, él y otros compañeros habían estado vislumbrando desde las altas torretas del fuerte la lejana Osgiliath en constante movimiento, atravesada por orcos, hombres de Harad y quién sabe que otras criaturas que albergaban las tierras desoladas del Este.
No fueron buenas noticias, un ejército enorme se dirigía a la ciudadela, no tardaría más de un día y una noche en alcanzar Minas Tirith. El Rey ordenó de inmediato que fueran a cubrir las puertas, más de 200 soldados de Gondor se prepararon para partir. Otros 200 se quedaron detrás de los muros que protegían la ciudad y otros 100 circundaron el Castillo. En las torres arqueros élficos se prepararon para asaetear a los enemigos que intentaran penetrar las defensas. Otro pequeño ejército se encargó de cubrir el lado Norte y otro el Sur. La primer línea de defensa cubrió el lado del puente, con más de 500 soldados a caballo la mayoría provenientes de Rohan y a las órdenes del Rey Eómer. Casi 50 enanos se dividieron entre las tropas, pero no aceptaron estar a las órdenes de ningún hombre, ellos pelearían por su cuenta.
El sol pasó rápidamente sobre la bóveda celeste, a la caída de la noche todos estaban ya en su puesto aprestados a un combate sin precedentes. La espera nocturna comenzó a hacerse insoportable, nadie sabía que curso iban a tomar los hechos, lo que sí sabían era que estaban en desigualdad de condiciones y que Morgoth llevaba la ventaja con su gran ejército de más de 50000 combatientes dispuestos a matar sin inmutarse.
El Rey se encontraba a las puertas del castillo y a su derecha se encontraban Legolas y su amigo Gimli y a su izquierda Faramir hijo de Denethor, Faragond y Galinor. El silencio se esparcía alrededor, un clima de tensión y nerviosismo reinaba entre las tropas aunque todos estaban decididos a combatir por su libertad, al lado de su soberano.
El astro diurno despertó al fin y comenzó a calentar la tierra con sus débiles rayos matinales, a lo lejos y como traídos por el mar rojo de la luz del día el primer ejército se precipitó a lo largo del puente. Eómer cuando el puente estuvo lleno de guerreros de Morgoth ordenó su destrucción. Los soldados de la primera línea incendiaron las columnas que sostenían el viejo puente en pie. Las grandes tablas del puente de madera comenzaron a arder, los orcos intentaron retroceder inútilmente, la estructura se vino abajo apenas el fuego terminó con su trabajo.
Los orcos ya no tenían manera de cruzar el río, pero al instante una inesperada ayuda de Morgoth acabó con las esperanzas de ganar un tiempo valioso. Grandes ráfagas de viento encolerizado se alzaron sobre el río y este se congeló al instante, una gruesa capa de hielo permitió formar un gran puente natural que los orcos comenzaron a transitar llenos de odio y ansias de sangre.
Cuando ya varios orcos habían cruzado el hielo Eómer no se dejó abatir y fue al encuentro de éstos junto a la primer línea de defensa gritando a sus soldados:
-¡¡Por Eorl!! ¡¡Rohirrim, adelante!!
Varios orcos cayeron y fueron aplastados por los gigantescos caballos, las espadas desenvainadas hicieron cuenta de varios más. El campo de batalla se ampliaba a medida que los orcos iban llegando, Eómer intentaba mantener unidos a sus hombres, pero esto era casi imposible. El número de orcos se incrementaba, y los jinetes retrocedían hacia las puertas de la ciudad. Los enanos que eran la última línea de defensa intentaban que ningún orco llegara allí, pero en determinado momento el número les impidió detenerlos a todos.
Casi al unísono dos ejércitos más avanzaron desde el Norte y el Sur. El Norte era el flanco más vulnerable. Al Sur se encontraban defendiendo el paso los ejércitos de los príncipes de Dol Amroth, Pinnath Galin y Lamedon que fueron atacados violentamente por un gran ejército de los hombres del Sur.
Hacia el Norte un ejército de más de 50 hombres de cabellos blancos y ojos de fuego comenzaron la peor masacre jamás vista en batalla alguna. Mataban a los soldados sin el mínimo esfuerzo, como si estuvieran peleando con niños pequeños, nadie podía con ellos, la llama de la Gran Sombra ardía en su interior. La sangre de los hombres de Gondor corría a raudales, los hombres de Morgoth apilaban en torres las cabezas de sus víctimas cuyas expresiones mostraban el pánico y la desesperación de las que habían sido presa antes de ser brutalmente asesinados. Los cuerpos estaban esparcidos por todo el campo y los hombres de cabellos plateados avanzaban hacia las puertas sin nadie que pudiera impedírselos. Llegarían al castillo en un par de horas.
El ruido del acero de las espadas chocando entre sí producía una extraña y lúgubre melodía, los jinetes que habían cuidado la zona del puente retrocedieron hasta las puertas, la batalla parecía no tener un fin próximo. Los hombres del sur se vieron superados y también hicieron lo propio.
Las puertas se abrieron de pronto para recibir a los valientes guerreros, pero no todos pudieron cruzarlas a tiempo, algunos quedaron del otro lado sin protección alguna y fueron eliminados por los orcos que ahora intentaban a toda costa derribar la puerta.
Pero tal cosa no iba a ser posible, Fëagûl estaba en una de las torres del castillo y había desplegado un hechizo de protección que como una gran cúpula cubría todo el perímetro, desde las puertas y abarcando toda Minas Tirith. Los orcos inútilmente intentaban traspasar con las armas o su propio cuerpo la gran pared invisible, pronto se dieron cuenta de que era inútil.
Ahora sí podían gozar de un tiempo de merecido descanso, las noticias no tardaron en llegar a los recién llegados, el ejército del Norte había sido aniquilado y un grupo de hombres de infinita fuerza estaba por llegar a la ciudad. Los hijos de Morgoth. Todo estaría bien mientras Fëagûl consiguiera mantener el conjuro.
Fëagûl se estaba debatiendo continuamente al poder de Morgoth que con todas sus fuerzas intentaba penetrar el gran escudo. Solo la distancia impedía que pudiera cumplir su objetivo. Morgoth no podía moverse de su trono, una de las espadas se estaban dirigiendo hacia Mordor, y él le temía. Temía la maldición que Fëagûl había echado sobre él varios años atrás apenas llegara a la Tierra Media, y todavía no sabía donde se hallaba la otra espada, su compañera. Aún así estaba seguro de que Fëagûl no resistiría eternamente y el escudo caería al fin y al mismo tiempo el reinado de los hombres con él.
Morgoth no estaba enterado que no solo Anduril viajaba hacia el Este, Fuinmakil iba junto a ella, el arma que había sido forjada por las propias manos del sabio hechicero. Su propia arma que iba a ser blandida en su contra.
Solamente pasaron dos horas desde que Aldariel, Thirwain, Fëadîn y Eldarion se reunieran, todos estaban muy cansados, pero era hora de continuar la marcha, no sabían que tan lejos estaban los orcos que irían tras ellos y los perseguirían en todo el trayecto. Fëadîn no lograba divisarlos cerca, pero presentía que tenían que irse enseguida; y así lo hicieron.
Aldariel subió junto a Fëadîn en su blanco corcel, y Thirwain cabalgó junto a Eldarion. Aldariel y el elfo iban adelante encabezando la marcha.
-Nos hemos desviado demasiado hacia el oeste, tenemos que volver al camino, si bien no lo tomaremos porque estaríamos muy al descubierto, nos convendría avanzar cerca de las montañas, allí sería más fácil ocultarnos. Podríamos bordearlas hasta alcanzar la Puerta Negra- dijo Fëadîn a sus compañeros.
-Llevo días intentando disuadirla de ir hacia allí y tú lo propones como alternativa- le dijo Thirwain aún desechando semejante idea.
-No hay lugar donde ocultarse de Morgoth, podemos ocultarnos de sus aliados, pero jamás de él. Sería un desperdicio de tiempo entrar en Mordor, y también un suicidio, Gorgoroth seguramente estará llena de enemigos- le dijo Eldarion.
Aldariel también estaba de acuerdo así que tomaron rumbo hacia el Noreste. La marcha se hizo mucho más fácil andando a caballo, además Eldarion y Fëadîn habían traído agua y provisiones sin las cuales Aldariel y Thirwain hubieran muerto, aún si lograban escapar del ataque de los orcos.
Cabalgaron durante todo el día hasta que los caballos estuvieron exhaustos y decidieron descansar. Ya habían llegado al pie de las montañas y acamparon entre dos salientes de la misma, que a modo de pared los ocultaba y los protegía del frío.
Aldariel había estado esquivando todo el tiempo un encuentro a solas con Eldarion, trataba de no pensar en él, de no temer que le sucediera algo mientras estuvieran en esa situación. Su temor más grande era verlo morir como había visto a Fhilamir pocos meses antes. No podría resistir otro dolor semejante.
Eldarion sin embargo quería acercarse a ella, quiso que cabalgaran juntos pero Aldariel se negó; aún así no iba a dejar que esto lo detuviera. Ahora que la había encontrado no iba a dejar que se fuera otra vez.
Aldariel se acurrucó en un rincón, se cubrió con su capa raída y justo antes de quedarse profundamente dormida escuchó que alguien se acercó a su lado. No tuvo que voltearse para saber quién había sido, sin embargo esta vez nada le dijo a Eldarion y durmió tranquila hasta que amaneció.
Cuando despertó solo Fëadîn estaba allí, parado mirando el horizonte. Aldariel se incorporó sobresaltada, un gran dolor oprimió su corazón. Temió que algo hubiese ocurrido mientras dormía. Al instante le preguntó al noble elfo dónde estaban Thirwain y Eldarion.
-Fueron a recorrer los alrededores, queremos estar prevenidos y tratar de no combatir si no es necesario, nos ocultaremos de ellos si hay oportunidad.
Fëadîn notó enseguida la preocupación de Aldariel cuando le dijo esto.
-No te preocupes, ellos volverán a salvo, no tardarán mucho.
Cuando llegaron Aldariel corrió a los brazos de Eldarion con los ojos llenos de lágrimas. Él se sorprendió de su actitud, pero no pudo dejar de alegrarse enormemente.
-No vuelvas a irte sin llevarme contigo- le dijo entre sollozos- no soportaría no estar allí para ayudarte si algo te pasara.
Y desde ese momento ya no volvió a resistirse a lo que dictaban sus sentimientos. Ya había decidido que quería ser feliz los últimos días de su existencia y tal felicidad no era posible sin Eldarion a su lado.

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